Ánimo en dos minutos
¡Si usted se dejara perdonar…!
Fello ofendió a su esposa. En un arranque de ira le habló en mala forma y la apabulló. Luego se sintió mal por haberlo hecho y se recriminó fuertemente a sí mismo. Se dijo grosero, abusador, mal educado, etc.
Algo le dijo que lo que tenía que hacer era pedir perdón, así que se armó de valor (no es fácil pedir perdón) y así lo hizo. “Excúsame” – le dijo – “no sé qué me pasó. Metí la pata. Perdóname...” y su esposa lo perdonó.
Pero Fello hizo algo más. Como hombre católico práctico, fue donde un sacerdote, le contó lo pasado y el sacerdote, en nombre de Dios, también lo perdonó.
Pero… seguía sintiéndose culpable por su actuar. No había recuperado la paz.
Ahora yo le pregunto: ¿cuál era la causa de su malestar?
Recuerdo haber hecho esta pregunta a un grupo de personas muy humildes. Enseguida respondieron correctamente a mi pregunta: estaba incómodo porque no se había perdonado a sí mismo.
Sin duda, él tenía metida en su cabeza la convicción de que él no se podía equivocar, que era perfecto. ¿Y nosotros? ¿Tenemos dificultad en dejarnos perdonar?
- Judas, se arrepintió, pero no pudo dejar entrar el perdón de Jesús, quien después de su traición, dulcemente lo llamó “Amigo”. Se desesperó, y se ahorcó.
- Pedro, quien negó tres veces a su querido Maestro, percibió, acabando de hacerlo, una mirada llena de compasión y de perdón de parte de Jesús, y fue tan grande su emoción que lloró su error, mientras se dejaba amar hasta el fondo humildemente. Recibió ampliamente el perdón y siguió adelante, lleno de agradecimiento.
Creo que en el mundo existimos dos clases de personas: los Judas y los Pedros. El malestar de los primeros hace que necesiten llenar su vacío con algo y lo buscan en el exterior para de alguna manera dejar de escuchar esa voz interior que los sigue condenando. Trata de acallar esa voz con cosas del exterior. Pero nada exterior tiene el poder de darle paz interior y gozo.
Los Pedros, en cambio, aunque arrepentidos de sus fallas, abren su corazón a la misericordia infinita de Dios, y se dejan llenar de ese amor compasivo que no pide explicaciones ni exige perfección, porque comprende la fragilidad de nuestra naturaleza.
¡Ay, si nos dejáramos perdonar por Dios y perdonarnos a nosotros mismos!
La pregunta de hoy
¿Qué esfuerzo tengo yo que hacer?
“En nuestra relación con Dios, nosotros somos niños muy pequeños. Siempre lo seremos. No hay necesidad de ser nada más”, “Veo que basta con reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos de Dios”, dijo Teresita de Lisieux.
Dios es un papá bueno.