Salud

HISTORIAS DE LA VIDA

Prisionero de los tatuajes

Prisionero de los tatuajes.

Marta QuélizSanto Domingo, RD

“Noooooo, yo te dije a ti que no quiero medios, ¿es que ustedes no entienden, eh?”. Con esa negativa comenzó esta entrevista que ciertamente fue muy difícil de realizar porque su protagonista no había autorizado a su madre y a su hermana a dar su visto bueno.

“No se preocupen, otro día será. Hay que respetar su decisión. Él es el dueño de su historia y está en todo su derecho”. Se le dijo a los familiares de un joven de 24 años que lleva alrededor de tres años encerrado en un cuarto porque efectos adversos a los tatuajes le han desfigurado varias partes de su cuerpo y hasta un poco el lado izquierdo de su cara.

Al escuchar la conversación con su madre, encerrado a “hacha y machete” en la oscuridad total de su habitación se escucha decir: “Está bien, dile que pase porque no forzó”. Había que suspirar porque su historia es digna de ser contada, sobre todo, en estos momentos en los que el cuerpo parece ser un "pizarrón" donde se escribe y se borra con “facilidad”.

"Buen día", fue el saludo que contestó con un: ¿Qué hay? Apenas podía verse que había alguien acostado. Las luces apagadas y un aire que congelaba hasta los huesos era el ambiente donde “Querubí”, como dice llamarse, respondió a LISTÍN DIARIO las preguntas que quiso.

“Yo lo primero que te voy a decir es que no me gusta hablar mucho. Te dejé entrar porque no forzaste como hacen ustedes que quieren que uno hable obliga’o”. Se despachó con esta queja que podría molestar a cualquier periodista. Él estaba en su terreno y no había de otra que ajustarse a sus decisiones.

Entrando en materia

¿Cómo comenzó todo este proceso de los tatuajes, cuándo te hiciste el primero? Su respuesta sorprendió hasta a su madre. “Bueno, a los 13 años me hice el primero. Un angelito”. ¿Por qué un ángel? “Una porque me gustan y otra porque me gustaba una muchacha en el colegio y eso era lo que parecía. Por eso también me puse el apodo de ‘Querubí’ y así es que me conocen”.

Al escuchar esto la madre abrió los ojos y no se contuvo. “Yo no sabía que tú tenías un tatuaje a los 13 años. Dios mío, tú no dejas de sorprenderme”. Se lamentó con evidente decepción, pero sin dejar de pasar su mano por los pies cubiertos con la pesada frazada azul con la que se arropaba el joven que hoy tiene 24 años recién cumplidos.

Ya cuando tenía 18 años, su cuerpo había sido sometido a 10 tatuajes, cuatro grandes, dos medianos, cuatro pequeños, y “tres borrones”. Así le llama él a los que a esa fecha se había quitado. No responde a la pregunta de por qué se los borró. Se pone triste porque admite que fue a esa edad que comenzó a ver cambios en su piel. “Nunca le dije a mi mamá lo que me estaba pasando, tenía una alergia o eso creía yo. Después me di cuenta que eso crecía y me asusté”. Pero al parecer su miedo no era tan grande. Para comprobar si era alérgico se hizo otro. Esta vez donde termina la espalda como él mismo dice. A los pocos días ya no aguantaba el hormigueo en la zona del nuevo dibujo. Fue al médico con un amigo y le dijo que debía retirarlos hasta eliminarlos todos porque estaba haciendo una reacción adversa a la tinta.

“Ya me había quitado tres, pero ahí también me habían salido como unas pelotas. Le hice caso al médico y comencé a deshacerme de ellos. Me quitaron el de la cara, y eso fue lo peor, se me deformó ese lado”. En ese momento se entristece, pero no entra en dejar ver su rostro y se le respeta su secreto mejor guardado.

La madre termina con esta parte porque las lágrimas aumentaban y su rebeldía también. La manifestaba diciendo malas palabras y culpándose por esto. “No se imagina lo que hemos gastado y lo que hemos pasado con esta situación. Yo tuve que pedir que me dieran una licencia en el trabajo porque las vacaciones no eran suficiente para dedicarme a darle apoyo a mi hijo”. Ella lo imita con el llanto, pero se repone de inmediato para pedir a los jóvenes que no inventen tanto, y menos con su cuerpo. Ella se culpa por no haber tenido una mayor vigilancia sobre su hijo durante la adolescencia.

“El primer tatuaje que me hicieron fue con tinta mala y esa fue la que se me regó”

“Yo realmente no sé si a alguno de los que eran amigos míos para ese tiempo, le hizo daño la tinta que usaban en ese centro. De verdad nunca me lo dijeron, tal vez hicieron como yo, que no lo dije”. Esta revelación, “Querubí” la hace refiriéndose a cuando tenía 13 años y se hizo su primer tatuaje. El día que fue coincidió con otros amigos que como él, andaban sin permiso.

Para aclarar lo que quiere decir sobre la tinta, el joven que lleva casi tres años escondiendo su cuerpo deformado por los tatuajes, comienza diciendo "recuerdo que olía demasiado y desde el principio me picó, pero yo era muy niño y no sabía...". Se calla y la madre lo ayuda a convertir en palabras la información que le han ofrecido dos especialistas. “Bueno, no te imaginas a todos los sitios que he llevado a mi hijo. Yo soy viuda y ya tú sabes, ¿verdad? Se pasa trabajo y se gasta, pero bien… El caso es que nos han dicho, según lo revelado por múltiples estudios, que a él le han hecho tatuaje con tinta de mala calidad, porque aquí cualquiera pone un negocio de lo que sea que esté de moda, y no hay control”. Detiene la explicación para responderle a “Querubí” sobre una intervención que hace sobre el tema.

“Mamá, recuerda que más que todo fue la primera”. Ella le contesta: “Yo no puedo decir que fue esa porque hoy es que me entero que esa primera fue a los 13 años”. Se lo reclama incómoda, pero ya resignada a que lo que hay que hacer es seguir buscando opciones médicas para ayudar a su hijo que se pasa todos los días sobre una cama y atado al teléfono.

No es un asunto estético

Cuando retoma el tema, la madre que se ha entregado en cuerpo y alma, comenta: “Y lo peor es que la solución no es estética. Ya se le hizo una cirugía plástica y no resultó porque el daño está en la sangre. Por eso tenemos contemplado viajar a Cuba, mi hermano está haciendo todas las diligencias para llevarlo a un especialista que ya tiene su caso y ver qué tratamiento interno puede aplicarse para que tenga efecto a lo externo”. Está muy empapada de la situación, al igual que la hermana que desde otra parte de la casa añade: “Es como si le limpiaran la sangre, algo así”. Él también conoce su situación.

En ningún momento “Querubí” se dejó ver. Se mostró molesto cuando su madre intentó mostrar una foto de él antes de que viviera esta pesadilla. “Tranquilo, no se va hacer nada que no quieras. Lo importante es que hayas aceptado contar tu historia, como dijiste, para que otros tengan más cuidado a la hora de utilizar la moda”. Este comentario al parecer lo avergonzó y con una voz más suave dijo: “Enséñasela”.

Más que ver la foto, fue necesario explorarla para, detenidamente observar sus ojos claros, su nariz un tanto perfilada y la expresiva sonrisa que adorna su cara. Se le hace saber sobre este parecer y se limitó a decir: “Ju, eso era antes, ahora parezco un monstruo”. Sonó fuerte y la madre apretó sus labios. Su gesto se alcanza a ver porque estaba cerca de la puerta que se abrió un poco para mirar la fotografía y había un poco de claridad.

No se deja ver ni recibe visita

“Ese muchacho no se deja ver. Hace como un año que salía a la cocina o a la sala, pero ya ni eso, porque el lado izquierdo de la cara está afectado. En la espalda tiene una especie de protuberancia, así también en los brazos. Bueno, cuando está de buena dice: ‘parezco un erizo’, pero hay de uno si se ríe”. En ese momento él quiso reírse, pero no dejó que la risa aflorara como se hubiese querido.

“Querubí” mide casi seis pies de altura, tiene 170 libras “porque eso sí, no para de comer”, comenta la madre que a estas alturas ya no está trabajando. “No lo dejo solo ni un instante porque ya en dos ocasiones ha intentado…”. No termina de decirlo, pero los puntos suspensivos concluyen la frase. Cuando ella no está, se queda la hermana, quien trabaja desde la casa.

Afortunadamente, no les falta nada porque en su familia hay gente que tiene buen desenvolvimiento económico y no escatiman esfuerzos en su afán de ayudarles. “Pero sé que no todo el mundo tiene esta suerte y que hay muchos jóvenes recurriendo a la moda de los tatuajes sin medir las consecuencias de sus actos, sobre todo, cuando se ponen en manos de personas inexpertas”.

No bien termina de decir esto cuando, tanto ella como “Querubí”, coinciden en aclarar que esto ni siquiera es un asunto de dinero, porque ellos han gastado mucho y todo sigue igual. “Lo que sí es que por lo menos he podido dedicarme a él que desde un año antes de la pandemia viene sufriendo por los efectos negativos de los tatuajes”, concluye.

Tinta de tatuajes puede conllevar riesgos sanitarios