HISTORIAS DE LA VIDA

“Fui testigo del asesinato de mi madre y aún sufro por eso”

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Marta QuélizSanto Domingo, RD

Ataviada con una falda larga de unos ramos hermosos, con una blusa blanca y el pelo atado a una cola ella se acerca sin decir una palabra. Sus ojos revelaban el porqué de su silencio. Se sienta, respira profundo, suspira, y no logra en ese primer intento deshacerse del llanto retenido. Unos minutos más tarde explota con lamentos. No le queda de otra que hablar llorando. “Usted no se imagina lo duro que es ver cuando le quitan la vida a su madre y uno sin poder hacer nada para evitarlo”.

Esta tragedia la vivió Lucía, una mujer hoy de 34 años, que con apenas 12 años vio el asesinato de su mamá a manos de su padrastro. Pese a ser prácticamente una niña, tuvo que convertirse en la mamá de sus dos hermanitos que aún tenían seis y ocho años. Ellos son hijos del agresor.

Ahora más calmada relata: “Nunca olvidaré ese día. Llegué de la escuela con mi hermanito de ocho años. Estudiábamos de tarde. Ella nos guardó unas galletas y un juguito, de merienda…”. Hace una pausa, leve, pero sentida. “Nos comimos la merienda y los niños salieron a jugar al patio de la vecina. Yo me quedé haciendo una tarea. Escuché una discusión entre ella y mi padrastro. Al principio no le presté mucha atención porque ese era el pan nuestro de cada día”.

Al decir esto, se paró de la silla, caminó lentamente y volvió con un vaso en la mano. “Una agüita para coger fuerza”. Dos tragos fueron suficientes para que retomara su relato. “Me quedé en que no le presté mucha atención a la discusión. Pero pasaban los minutos y ya era más intensa. No podía concentrarme en lo que estaba haciendo. Me asomé a la puerta y veo que él lleva a mi mamá arrastrada desde la sala hasta la habitación, pero la puerta del cuarto de ellos no se cerró y desde donde yo estaba podía ver…”. Toma más agua y esta vez en mayor cantidad.

En lo que se repone, fue posible observar sus manos temblorosas y las incesantes lágrimas que parecían un mar abierto. Era un sentimiento contagioso y que hacía más amplia la pausa. El vaso ya estaba vacío, como vacía se sentía ella y así lo expresó: “Hace 22 años que sé que estoy viva porque respiro. Pero bien, le cuento que vi cuando la tiró en la cama, él levantó su brazo y le dio una puñalada a mi mamá, luego otra y otra…”. Imposible no llorar con Lucía. Estaba como el primer día, pero en esta ocasión ya no como aquella niña que quedó marcada para siempre.

“Quedé pasmada”

Ella no podía creer lo que estaba pasando. No lloró, solo se quedó pegada al marco de la puerta sin mover un dedo. “Quedé pasmada”. Lo vio cuando él salió despavorido y sintió su mirada como si con ella le dijera: “Misión cumplida”. Revivir este momento al parecer la vuelve a dejar sin habla. Calla y lo hace por largo tiempo. Cuando retoma el tema dice: “Todavía escucho los gritos de mi madre, sus lamentos ‘no me mates, no quiero dejar a mis hijos, auxilio, auxilio’ hasta que llegó un silencio sepulcral. Aunque yo era una niña, siento que no hice nada para evitarlo”. Se culpa y llora por eso.

“Tú tienes la respuesta de por qué no hiciste nada, eras una niña impactada por la crueldad”. Se le dijo para quitar un poco de ese dolor que 22 años después aun la acompaña. Hace poco caso al consejo que no pidió, y prosigue: “Fueron sus gritos los que trajeron a don Che, un vecino muy querido, pero cuando él llegó era demasiado tarde. Mi mamá ya no tenía vida ni yo tampoco”. Cierra los ojos y las lágrimas siguen saliendo.

Está tan marcada por el hecho que, hoy a sus 34 años nunca ha pensado en casarse, pero con ternura admite que tiene dos hijos, que son sus dos hermanos porque el feminicidio la convirtió en madre a los 12 años.

“Cuando yo vine a reaccionar y darme cuenta de que mi madre había sido asesinada, ya estaban todos los vecinos en la casa. Volví en sí cuando escuché a mi hermanito de ocho años llorando: ‘mi mamá, mi mamá, se murió... No tenemos mamá’. Eso acabó conmigo. Los abracé a los dos y todos nos ayudaron”. Cuando Lucía cuenta esta parte llora como si fuera el primer día. Se tapa la cara con sus manos, se para y vuelve a buscar más agua. Esta vez tardó más tiempo en regresar. Al parecer, dejó que el llanto saliera sin testigos.

Ya de vuelta cuenta que su madre era la única hembra de cuatro hermanos. “Solo tengo esos tres tíos, porque mi papá es hijo único y con ese nunca he contado. Mis hermanitos, que son hijos del agresor, de ese asesino, tienen tías y tíos, pero es como si no existieran. Solo los visitaron un día, hace 22 años, cuando pasó todo. Vinieron a disculparse por lo que hizo esa bestia y jamás”. Lo expresa con mucha rabia, y a seguidas dice: “Pero mis hermanos nunca los han necesitado”.

Fue el menor de los hermanos de su mamá que se hizo cargo de ellos. “Pero yo tenía que hacerle todo a mis hermanos, porque la esposa de mi tío siempre estaba enferma hasta que falleció. Él era el que menos podía económicamente, pero lo hizo, porque los otros dos estaban muy entregados a que la Policía encontrara al asesino para hacerlo pagar por lo que hizo. Lo lograron, pero ese fatal no duró tantos años, lo condenaron a 20 años, muy pocos, y duró como 10. Por ahí anda, pero yo vivo para hacerlo pagar, no sé cómo ni cuándo, pero me vengaré”. Lo dice llena de dolor.

Mientras era menor

Nadie se imagina los oficios que tuvo que hacer, además de ayudar a sus hermanitos con las tareas de la escuela y hacer las suyas. “Me levantaba a las 6:00 de la mañana, y había noches que ni dormía consolando a los niños que no dejan de llamar a mami y de lamentarse porque no tenían mamá ni papá. Nadie se imagina lo que pasamos, sobre todo yo con esa carga, física y emocional, y la que tuve que asumir donde mi tío, a quien le agradecemos mucho, pero él lo sabe que también con 12 años que era lo que yo tenía, tuve que hacerme cargo de sus dos niños también. Mi vida no se la deseo a nadie”.

Es tanto su dolor y su miedo a que se repita la historia que decidió no casarse nunca. “Seré una jamona, como decimos aquí, por siempre. Me quedaré para vestir santos, como decía mi abuela, que también murió. Quiero quedarme sola para toda la vida. Ya sé lo que es ser mamá, porque crie a mis hermanos y a mis primos”. Está convencida de lo que dice, y admite que la soledad es su eterna compañera.

Sus hermanos, hoy de 30 y 28 años son profesionales, mientras que ella no terminó la universidad porque estos la necesitaban. Cuando cumplió 18 años se buscó un trabajo limpiando una oficina para ayudar a su tío con los gastos. Después consiguió un trabajo como secretaria y fue así que contribuyó a que sus hijos, como les llama, se hicieran de una carrera. “No me arrepiento de ningún sacrificio hecho porque ellos me han salido muy buenos hermanos o hijos. Fueron ellos los que me pusieron este negocio”. Lo expresa con orgullo señalando la pequeña tienda de ropa que tiene en la marquesina de su casa, y de la que vive.