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REALIDAD Y FANTASÍA

¡Ay, la luna!

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María Cristina de CaríasSanto Domingo, RD

La luna nos embrujó a todos. Desde el atardecer Emma estaba al acecho, sentada en el patiecito de la cocina. Se había emperifollado como si fuera para una fiesta. Con los ojos sombreados, maquillaje y pintados de carmín los labios. Tenía puesto el vestido de los grandes acontecimientos, uno de seda de chiffon que mi hija mayor le compró en Nueva York. Yo, sorprendida, le pregunté que dónde era la fiesta y por qué no me había dicho nada. Mi factótum me miró con reproche y me recordó que se trataba de la noche de la gran luna, mediante la cual todos nuestros deseos ¡se harían realidad! Puse cara de circunstancias y yo quise saber por qué andaba vestida de fiesta para ver la luna, me miró por encima de los espejuelos y me informó que había conseguido que el astrólogo de Villa Mella acudiera a casa para observar el fenómeno y hacer la lectura indicada, según la apariencia del astro. Además, me informó que unas cuantas personas amigas también acudirían. Me apresuré a indicarle que preparara un piscolabis para sus invitados y buscara sillas para acomodarlos, además de exigirles que acudieran con mascarillas, puesto que la luna no impediría el contagio del virus. Decidí que lo mejor que podía hacer era irme a ver la luna a casa de una de mis hijas y dejar a Emma campar a sus anchas. La observación del satélite de la tierra resultó una decepción porque el cielo permaneció nublado hasta altas horas de la noche. Cuando llegué a casa Emma estaba hecha un basilisco, la sesión lunar había sido un fracaso y el astrólogo no pudo vaticinar nada. La consolé diciéndole que dentro de veinte años podría repetir la experiencia. Me dirigió una mirada asesina y se marchó muy digna a dormir…

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