FOLCLOREANDO
Tengo una depresión folklórica
Sí, y no lo niego. Cada vez que observo en las redes sociales a las integrantes de los grupos folklóricos con la vestimenta de dos piezas, donde la blusa muestra los hombros, como si fuéramos bailadoras de cumbia, me deprimo. Y no solo las de aquí, también las de la diáspora, que quienes las dirigen, o nunca pertenecieron a un grupo o están copiando de las que están haciéndolo mal. Pero tampoco tienen la culpa, son los directores, que muchos no tienen nociones del valor que debe tener la indumentaria. La vestimenta típica de un país se escoge por su uso en la cotidianidad. Por ejemplo, si el lugar es frío la vestimenta debe ser con abrigo, estola o poncho; igual sucede con la coreografía de las danzas y bailes, que si la región es montañosa los pasos son brincos; si son de origen hispánico la coreografía es circular, si son de origen africano las parejas bailan sueltas de las manos y hay sustitución de pareja, etc. Esto es solo para que observen que no debe existir improvisación. He escrito que la vestimenta más idónea para nuestras danzas y bailes debería ser el diseño del vestido camisero, que es el que utilizan las mujeres que ofrecen promesas y el que he visto desde temprana edad a las campesinas, con mangas y cuello, nunca dejando ver los hombros. Cada vez que veo que para hacer “crossover” con un baile de influencia hispánica hay que confeccionar una vestimenta parecida a la del flamenco y/o sevillana, con lunares, y “abanicando” para buscar aceptación, lo que me da es vergüenza. Pero, como lo importante es “verse bonito”, los que deben notar esas deficiencias culturales no opinan, porque el folklore en mi país no tiene importancia. Y lo peor, todo se ha convertido en “artesanal”, desconociendo que lo artesanal debe tener un sello de identidad. El próximo domingo 22 se celebra el Día Mundial del Folklore. Pocos saben el porqué de la celebración, pero se los dejaré de tarea, porque está en la Web. Cualquier inquietud me la hacen saber.