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COSAS DE DIOS

Medicina contra los complejos

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Alicia EstévezSanto Domingo, RD

Contrario a mi costumbre, cierta vez, bromeaba con una persona por su baja estatura, se veía tan segura de sí, con tanta personalidad, parecía no tener complejo alguno, pero sí, los tiene. Quisiera no haber hecho esos chistes tontos, que ella nunca me ha perdonado, sabrá Dios qué heridas, de su pasado, lastimé por mi falta de tacto.

Mi experiencia

En mi caso, cuando era pequeña, una hermanita se llevaba todos los halagos. Escuché, muchas veces, cuando nos presentaban a algún pariente u amigo de la familia, la frase, “pero esta niña sí es linda”, señalándola, mientras olvidaban que allí no había una niña, sino dos. Un día, le pregunté a mi mamá, por qué la gente siempre le decía a mi hermana que ella era bonita y a mí no. Mi mamá, me dio una respuesta que, estoy segura, buscaba consolarme, pero empeoró el asunto. Lo que dijo fue: “No te apures, mi hija, que tú eres muy inteligente”. Pero no me dijo lo que necesitaba oír, que yo también era bonita. Y no importó que, muchas otras veces, mi mamá me dijera, y lo hizo, que era linda, esa respuesta, de ese día, me marcó.

Los ojos de otros

Y es que la manera en que nos ven las personas que amamos, y cómo nos tratan, influye mucho en la percepción que desarrollamos de nosotros mismos. Los niños aprenden que son simpáticos, bellos, altos, bajos, fuertes o débiles porque lo escuchan de sus padres, sus familiares y profesores. Su identidad se va conformando de acuerdo a esa percepción de su entorno. Pocos se atreven a contradecir la opinión de quienes los rodean y triunfar en un área para la que los demás creían que no poseían talento.

Errores ajenos

Hay quien se equivoca y nos menosprecia. Otros, también, yerran al sobredimensionar nuestras capacidades. Nos catalogan, a su vez, según su percepción, esa que nos transmiten, hasta convencernos, en algunos casos, de que no somos lo que vemos de nosotros mismos. De ahí que, una mujer hermosa pueda creerse fea, y se someta a procedimientos para cambiar su aspecto, o una persona genial llegue a considerarse torpe.

Hasta las madres

Incluso las madres, las personas que más nos aman y nos conocen en este mundo, se pueden equivocar en su percepción de nosotros y causarnos heridas desde sus propias heridas. Todos lo hacemos. Ya me voy enterando de las que he provocado a mis hijos. De modo que, al emitir nuestra opinión sobre alguien, aunque parezca una tontería, toca tener cuidado porque ignoramos su pasado. Yo no quería herir a esa persona de baja estatura y mi mamá tampoco quería llamarme fea, solo que no somos infalibles y ni siquiera el amor nos vacuna contra el error. El único amor infalible, el que nos ve tal y como somos y, pese a ello, nos ama sin medidas, es el amor de Dios. Ese cura todas las heridas, todos los complejos.

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