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COSAS DE DIOS

El trueque

Alicia Estévez

Alicia Estévez

Uno de los comportamientos que me llaman la atención, en los estadounidenses, es la actitud de madres y padres, ante sus hijas pequeñas, cuando éstas se levantan las faldas mostrando su ropa interior, en frente de extraños. He visto niñas preciosas que se ponen de cabeza, con las nalgas al aire. Y, siempre que las observo, pienso en lo celosa que era mi mamá con este punto. Esa casi obsesión de ella, y de todas las madres vecinas de mi calle, en El Seibo, por cuidar nuestro pudor. ¡Muchacha, bájese la falda! Nos ordenaban.

¿Todo es válido?

Esa diferencia cultural, en la crianza, hizo que subestimara la incidencia que lo foráneo, lo que se pone de moda en el mundo, tiene en el comportamiento local, y la ilimitada, casi pavorosa, capacidad de los medios modernos de comunicación para convencernos de que todo es válido, si queremos llamar la atención hacia nuestra persona.

Ando perdida

Debo admitir que sobreestimé el peso de nuestra educación y costumbres, ando perdida, la verdad. Pues cuando veía, en otros países, a las supuestas defensoras de los derechos de las mujeres desnudarse en público, para hacer reclamos de diversos tipos, recordando el afán de mi mamá porque no nos levantáramos la falda, estaba segura que aquí ninguna dominicana sería capaz de desnudarse en una vía pública. Estaba equivocada.

Protesta degradante

Mi error de juicio resultó obvio cuando, hace unos días, una señora, antigua empleada de Obras Públicas, se desnudó, frente al Palacio Nacional. Mostrando algo tan privado, tan sagrado, como su cuerpo de mujer entrada en años, con sus imperfecciones. Ella, por lo visto, decidió imitar esta forma de protesta que, en lo personal, me luce degradante para nosotras, las mujeres. Si no, dígame usted, qué tiene de digno encuerarse en la vía pública. Lo cierto es que, hasta ahora, que se ha puesto de moda, eso solo lo hacían las pobres personas, desamparadas, que han perdido la razón, las mismas que toman agua de los contenes por donde corren los excrementos.

Por RD$239,086

Nuestro cuerpo debe ser el último bastión de dignidad donde nos refugiemos. No me imagino el momento tan engorroso que, asumo, esa señora vivió a cambio de cinco minutos de fama. El problema es que, pasado ese momento, a ella le toca regresar a una familia y un vecindario, que no quedan en Estados Unidos, Europa ni Suramérica y aquí, desde niñas, aprendemos que no debemos mostrar nuestro cuerpo a extraños, como forma de protegernos y de que nos respeten. Ella, exigía su derecho a prestaciones laborales, y obtuvo lo que quería, un cheque por RD$239,086. ¿Y, ahora... qué queda del respeto a la dignidad de su persona? Yo me atrevería a preguntarle, ¿valió la pena el trueque?

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