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TURISMO CULTURAL

Rondas contra amancebados… ánimas de jesuitas…

Casa de los Jesuitas. Al otro lado, Casas Reales. Foto: Alexis Ramos B.

Casa de los Jesuitas. Al otro lado, Casas Reales. Foto: Alexis Ramos B.

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Carmenchu BrusíloffSanto Domingo, RD

La vieja ciudad de Santo Domingo, a la cual Joaquín Balaguer definió como ‘un vasto jardín, abierto junto al mar, por donde pasan los ángeles tocando a gloria en sus clarines de plata’, se reabre hacia el turismo tras más de un año de pandemia. Entre esos visitantes me encuentro, junto a mi hijo Alexis, volcada hacia el turismo cultural. Miramos monumentos, degustamos platos típicos, pero también nos adentramos en las vivencias de quienes, siglos atrás, habitaban en la Ciudad Colonial.

Ánimas de jesuitas

En la calle Las Damas, la calle más antigua de la Ciudad Primada, Alexis y yo nos detenemos frente al Panteón Nacional. Observamos, a su lado, el sobrio edificio en piedra que hace esquina: la Casa de los Jesuitas, así llamada porque en el siglo XVIII aquí residieron miembros de la orden fundada por San Ignacio de Loyola. Levantada en el siglo XVI, con los años tuvo diferentes ocupantes. Aquellos que en tiempos más recientes en ella habitaron y ‘creían en tales cosas’ contaban, según cita María Ugarte en Monumentos Coloniales, que las ánimas de religiosos jesuitas se movían, al llegar la noche, entre las sombras, abriendo y cerrando puertas y empujando muebles sin que sus formas sean visibles para los ojos humanos. Me pregunto hasta qué punto sería cierto…

Contra amancebados

Si los fantasmas nocturnos asustaban a residentes en la Casa de los Jesuitas y también de otras casas en distintas épocas, más temor producían las rondas nocturnas del Gobernador entre parejas en concubinato que, en 1678, 1679 y 1680, veían de noche aparecer en sus casas al gobernador de La Española. Es que uno de sus deberes era ‘aplicar justicia’ a quienes vivían en ‘trato torpe’. O sea, amancebamiento. A las parejas así sorprendidas, si no formalizaban su relación se las apresaba, multaba o desterraba, aunque personalidades destacadas o eclesiásticos no sufrían pena alguna.

Todo empezó cuando, siendo presidente de la real audiencia, gobernador y capitán general de la isla Española, don Francisco de Segura Sandoval se quejó ante el rey por la frecuencia de los casos de amancebamiento de la población de todos los estratos sociales. según escribe María Ugarte en Estampas Coloniales. Como respuesta, una real cédula le ordenó poner todo cuidado y esmero en la corrección de tales pecados públicos.

Segura contestó que no cesará su desvelo ‘para obviar cuanto sea posible la ofensa de Dios y atender a la paz y quietud desta Republica y alivio del las ánimas’.

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