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COSAS DE DIOS

Abrumado

Es un sacerdote muy dedicado, en medio de esta pandemia, su entrega se sale de lo común. Pero, durante una de sus ho­milías, le escucho quejarse, con rostro abrumado, porque dice que los feligre­ses lo buscan para todo, le hacen preguntas, constan­temente, y le consultan, ¿padre, qué usted piensa?, ¿qué opina? Al oírlo, me quedé de una pieza.

Perdido Qué perdido se escuchaba ese cura a quien Dios le ha regalado un gran discernimiento para guiar a otros. ¿Cómo se puede preguntar por qué la gente busca su consejo y opinión, no sabe que para un cristiano él es el representante de Jesús? Por influjo del Espíritu Santo convierte el vino en la sangre del Señor y el pan en Su cuerpo; le está permitido perdonar pecados, co­mo el mismo Cristo lo hizo y, dice la Biblia, que, tam­bién por imposición de sus manos, sanará enfermos. Y muchos hemos sido testigos de los milagros de sa­nación que han ocurrido a través de sacerdotes, ¿có­mo no esperar que ellos sean, entonces, nuestros me­jores consejeros?

Tardiff no A quienes les ha tocado, por ejemplo, el don de sa­nar, solo les queda utilizarlo sin preguntarse por qué la gente los busca, pese a que no son médicos. Recor­demos al padre Emiliano Tardiff, quien oraba por los enfermos sin cuestionar a Dios la razón por la cual lo utilizó como Su instrumento. Solo ponía al servicio de los hermanos el don que el Señor le dio, el carisma con el cual vino a este mundo.

Aunque molesten Creo que, como Tardiff, el papel de todo cristiano es usar nuestros dones para la obra de Dios y la única forma de hacerlo que conozco es a través de los de­más. Esos que, a veces, molestan, que tienen tempe­ramentos tan diferentes a los nuestros. En ocasiones, parecen lerdos, y otras, súper sabios. Así hay feligre­ses que, por lo general, no consultan sus problemas, pero, un día, necesitan el discernimiento de su pastor. Y hay otros para quienes resulta imprescindible acu­dir al sacerdote. En esta época, no dudo que esa de­manda de guía haya aumentado, resulte pesada.

Para servir Lo comprendo. El que acude a la iglesia, en el mayor de los casos, piensa que un sacerdote tiene la sabidu­ría necesaria para consolar, orientar, discernir, aconse­jar y acompañar. Por eso, tocan su puerta, lo buscan. Esto, alguna vez, debió llenar de alegría al religioso que escuché quejarse, porque, estoy segura, que entró al seminario con el deseo de servir. Pienso que, en es­te momento, como muchos de nosotros, está necesi­tado de consejo, le recomiendo acercarse a otro cura, ojalá que pueda escucharlo y no se sienta, también, abrumado.

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