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Los escándalos que Karen Blixen ocultó en sus memorias

Karen Blixen era una mujer cultivada, instruida, políglota y buena en la escritura y el dibujo. También muy coqueta y sibarita.

Karen Blixen era una mujer cultivada, instruida, políglota y buena en la escritura y el dibujo. También muy coqueta y sibarita.

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Fátima UribarriMadrid, España Tomado de XL semanaltivarían

Karen Blixen no te­nía una granja en África, como afir­maba en las prime­ras líneas de Me­morias de África. Es una de las inexactitudes de su libro, después convertido en película con Meryl Streep en el papel de la escritora danesa. La granja no era suya, per­tenecía a una empresa, la Karen Coffee Company, financiada por su familia para sostener la aven­tura africana de Karen. Una aven­tura carísima: de 1913 a 1931, los suyos invirtieron –y perdieron– el equivalente a 13,5 millones de euros de hoy.

Son revelaciones de una nue­va biografía de Karen Blixen don­de hay diferencias con sus Memo­rias de África. En La leona. Karen Blixen en África (Ediciones del Viento), Tom Buk-Swienty señala mitificaciones e idealizaciones que embellecieron la historia de Karen Blixen en Kenia. La realidad fue más dura y menos romántica que en el libro y la película.

EL SUEÑO DE SER BARONESA El 28 de diciembre de 1913 zar­pó de Nápoles rumbo a Mombasa Karen Christence Dinesen, de 28 años.

Iba a reunirse con su prometi­do y primo segundo, el barón sue­co Bror Fredrik von Blixen-Finec­ke, de 27 años, que había partido an­tes con el equivalente a casi tres millones de euros que le había da­do la familia de Karen para com­prar una granja en las tierras altas del oriente africano, a unos 20 ki­lómetros de Nairobi, donde cul­tivarían café. El dinero lo ponían sobre todo Ingeborg Westenholz (madre de Karen) y su tío Aage.

Apoyaban la empresa porque creían que sería un buen negocio y para ayudar a Karen, que siempre había soñado con una vida aven­turera. Quizá quería emular a su padre, Wilhelm Dinesen, capitán del Ejército que vivió una tempo­rada con los indios chippewas en el Oeste americano. Según Domi­nique de Saint-Pern, autora de la biografía Karen Blixen (Circe), Wil­helm era un hombre carismático y complejo: se suicidó aterrorizado porque tenía sífilis. Karen tenía 10 años.

Cuenta Tom Buk-Swienty que Karen se casó con Bror porque le atraía ser baronesa: su familia materna era rica e intelectual­mente refinada, pero no tenía título, y a ella le importaba te­nerlo. Era una mujer cultivada, instruida en casa, políglota, bue­na en el dibujo y la escritura. Era también muy coqueta y sibarita. A Kenia se lleva sus cristalerías, porcelana y vajillas, su perro y al­gunos muebles.

En Adén sube al barco Farah, un sirviente somalí contratado por Bror para asistirla. Farah se­rá un apoyo importante para Ka­ren. Además –según su biógra­fo–, para ella es fundamental tener un criado. Arriban al puer­to de Kilindini el 14 de enero de 1914 y esa misma mañana Ka­ren y Bror se casan. Cuando lle­gan a su granja, los reciben con sus cantos mil kikuyus: todo un espectáculo, con los hombres en cueros. La casa es primitiva, de piedra y sin veranda. Está pega­da a la tupida selva virgen. Ah, pero tiene «el único retrete de to­da el África oriental británica», escribe ella a su madre. Son 258 hectáreas; la mayoría, de bosque tropical. Para la mano de obra cuentan con la colaboración del jefe Kinanjui, y el tío Aage ha en­viado seis ayudantes suecos.

Karen decora su nuevo hogar con candelabros de plaqué y an­tigüedades con motivos chinos. Para ella es crucial mantener su estilo, dormir con camisones de seda y que la comida sea exquisita: adoctrina a un co­cinero local que pronto prepa­ra crepes y suflés. Y a la vez se adapta a África, que le fascina: aprende suajili y conecta con los nativos: «Son mejores que nosotros y nunca beben. Nos superan en muchas cosas», es­cribe en sus cartas.

En África aprende a dispa­rar (le enseña Bror). Le encan­tan los safaris. «La civilización es aburrimiento», escribe. Pe­ro también se acumulan los problemas. Karen enferma de sífilis: se la ha contagia­do Bror, un mujeriego impe­nitente. Le dejó como secuela un miedo perenne a perder la razón: la sífilis puede producir daño cerebral.

Volvió a casa para reci­bir tratamiento. Y el tío Aa­ge inyectó 650.000 euros pa­ra comprar más terreno. De vuelta en Kenia, los Blixen se mudan a MBogani, una granja con una casa grande, precio­sa. Ahora disponen de 4000 hectáreas, poseen «la mayor granja de café del oriente afri­cano». Pero el negocio no va bien. Bror es alegre y apuesto. No es esnob ni tiene prejuicios con los nativos como otros co­lonos. Y es un gran cazador. Pero es infiel e irresponsable.

Karen da la cara por él an­te su familia. Sin embargo, su­cede algo que cambia las co­sas. En abril de 1918 conoce a Denys Finch Hatton en el Mu­thaiga Club de Nairobi. Denys es irresistible. No se parece a Robert Redford, que interpre­ta su papel en la película, pe­ro es muy atractivo, culto y «el

ser más libre de la Tierra». Karen cae hechizada. «Nunca he tenido una sensación de felicidad similar a la de su compañía», reconoce.

Facturas desmesuradas La Karen Coffee Company no aguanta más y despide a Bror. Los Blixen van a Dinamarca, a presen­tar cuentas. Viajan a todo tren. Se alojan en el Carlton de París: Ab­dullahi, el somalí de 12 años que es el criado de Karen, duerme en el cuarto de baño. Ella se gasta 33.000 euros en ropa: las facturas van a su familia. Para Karen es imprescindi­ble mantener cierto estilo de vida: «Me resulta difícil ser yo misma sin dinero», dijo. Y confesó que la sole­dad y la enfermedad «no me pesan tanto como no tener dinero. No me gasto esa barbaridad en trajes para causar impresión, sino porque son expresión de mi esencia».

Socorren a Karen Tommy, su her­mano del alma, y su madre. Ambos le dan dinero y la visitan en varias ocasiones en Kenia, algo que no se menciona en Memorias de África, pese a lo crucial que fue su apoyo. Cree su biógrafo que es porque «su familia burguesa le resta a ella pro­tagonismo aventurero». En su libro apenas se menciona a Bror y se elu­de a Beryl Markham, quien luego fue famosa por ser la primera mu­jer piloto en cruzar en solitario el At­lántico de este a oeste. Quizá la ob­via porque fue amante de Denys, algo que no se cuenta en Memorias de África. Como tampoco se habla de los chanchullos económicos de Farah, su leal criado. Según Domi­nique de Saint-Pern, «Karen Blixen era una gran manipuladora».

La nueva biografía da detalles so­bre la ruptura entre Karen y Finch Hatton. Él organizó un safari para el príncipe de Gales y llamó a Bror (di­vorciado de Karen) para que lo ayu­dara. A la cacería acudió también Cockie, la segunda mujer de Bror y nueva baronesa Blixen, y eso en­fureció a Karen. Le montó a Denys una escena que fue definitiva para que se distanciara de ella. Esa face­ta posesiva de la danesa lo espantó.

«Él ya no se sentía libre con ella», dice Tom Buk-Swienty. En 1931, Denys recoge sus cosas de MBoga­ni. Le pide a Karen que le devuelva el anillo de oro abisinio que le entre­gó años atrás. Tiene otra mujer. Está con Beryl Markham, 15 años menor que él. Comparten habitación en el Muthaiga Club. Viven «una aventu­ra breve, intensa, muy satisfactoria para ambos», según el autor de La leona. Karen Blixen en África.

Un Amor Roto Y La Infidelidad El año 1931 fue terrible: la Ka­ren Coffee Company cayó en bancarrota. Un inversor com­pró a muy buen precio el terre­no con la idea de esperar a que se convirtiera en un suburbio de Nairobi… y así fue. El distrito se llama Karen y hoy es un barrio de ricos de Nairobi.

Ese mismo año Denys murió en un accidente con su avione­ta. Karen quedó desolada, delga­da como un alambre, febril. En las noches en vela escribía relatos ambientados en épocas pasadas, protagonizados por mandarines de la China o encopetados caba­lleros antiguos. También redactó testamento, a favor de Farah y sus otros sirvientes. Pensó en matarse y parece que lo intentó: se ha ha­llado una nota de suicidio.

Antes de partir luchó por las 153 familias que trabajaban en la granja. Pateó despachos hasta que consiguió el compromiso del go­bernador de que irían a la Reser­va kikuyu. Abandonó África. Re­gresó a Rungstedlund, el hogar familiar, y se refugió en la escri­tura. En 1934 publicó Siete cuen­tos góticos, firmado con el seudó­nimo Isak Dinesen. Fue un éxito. En 1937 se consagró con Memo­rias de África. Continuó publi­cando. Se convirtió en una estre­lla de la literatura, candidata al Nobel en dos ocasiones, admira­da por Hemingway y otros escri­tores. Permaneció en Dinamarca hasta su muerte, a los 77 años, en 1962. Todas las noches, antes de acostarse miraba la foto de Denys Finch Hatton.

Karen Blixen aprendió a cazar en África (le enseñó su marido, Bror Blixen) y se le daba muy bien. Detrás de ella Farah, su leal criado.

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