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Clarice Lispector: Una biblioteca de secretos

Naiara Galerraga GortázarRío De Janeiro, Brasil

Las manos enguantadas de la bibliotecaria extraen con delicadeza la página de la carpeta que ha sacado de una caja. Son en realidad varios trocitos de papel pegados entre sí con cola y cinta adhesiva amarillenta. La palabra FIN, en mayúsculas, destaca en medio de unos párrafos y frases sueltas garabateados a bolígrafo. Así, como un collage, nacían las obras de Clarice Lispector (1920- 1977), la escritora brasileña más original, más traducida y de las más importantes en el siglo XX.

Acostumbraba a anotar ideas que le brotaban, sensaciones o frases perturbadoras, apuntes literarios que entremezclaba con tareas prosaicas como telefonear a fulano, adelgazar o comprar flores, solo cuando aquellas palabras estaban maduras, mecanografiaba el texto. Siempre con la máquina de escribir asentada en el regazo. La página encolada pertenece al manuscrito de su obra póstuma, Un soplo de vida; es parte de su biblioteca, que conserva el Instituto Moreira Salles (IMS) de Río de Janeiro, una pequeña ventana al método de creación de una novelista, cuentista y traductora que el próximo 10 de diciembre cumpliría 100 años.

Lispector publicó a los 22 años su primera novela, Cerca del corazón salvaje, que le brindó un premio aunque desconcertó a la crítica. Aquella tirada se agotó, pero su fama de autora de difícil lectura fue un lastre durante años. Para ella era evidente que era un problema de piel, no de cerebro. “No se trata de inteligencia, sino de sentimientos, de entrar en contacto”, recalcó en televisión durante su última entrevista, meses antes de morir de cáncer de ovarios la víspera de cumplir 57 años. “Parece que gano con la relectura. Es un alivio”.

Nacida en Chechelnik, una aldea ucrania ubicada entonces en Rusia, era un bebé cuando los Lispector, que huían de la guerra y los pogromos llegaron a Brasil, donde tenían parientes. Nunca perdió el acento extranjero de una niña criada en yiddish. Aunque hablaba y leía en francés, inglés e italiano, el portugués fue la lengua en que escribía, pensaba, soñaba y amaba.

Lispector revolucionó el panorama literario brasileño en los cuarenta. Ser mujer influyó, pero fue sobre todo porque eso iba unido a un estilo rompedor. “Es una autora salvaje, poco pulida, como si saliera al mundo con mucha hambre. Percibes en ella hambre, sed, amor, pasión. Es muy poco intelectual”, explica el estudioso de su obra Eucanãa Ferraz, del IMS. Aquella mujer enigmática, bella, arreglada como una estrella de cine, irrumpe en un momento de profunda transformación social para las mujeres occidentales. Empiezan a liberarse cuando Lispector vuelca en su obra su parte más salvaje, más animal, mientras lleva la vida convencional de una mujer de clase alta. Durante 15 años vive en el extranjero para acompañar a su marido diplomático mientras cría a los dos hijos de la pareja. Sigue anotando ideas. Escribiendo. Publicando.

“A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.

“Ya no era una niña con un libro: era una mujer con su amante”, narra Lispector en el cuento Felicidad Clandestina.

En su última entrevista describió el inmenso sufrimiento que la atenazaba entre obra y obra: “Creo que cuando no escribo estoy muerta”.

Algunos de sus artículos y libros están depositados en otra institución cultural de Río, la Casa Rui Barbosa, pero la mayoría está en el IMS, a dos pasos de la playa de Ipanema. Junto a dos manuscritos encolados, conserva unos 800 libros de su biblioteca personal, sus discos, fotografías familiares y la correspondencia con sus hermanas, Tania y Elisa. El intercambio de cartas relata su vida durante los años que viajó por Europa y África y vivió en Suiza, Estados Unidos, Reino Unido e Italia. “Mis queridas”, inicia una misiva en la que se despide con un “sed felices, yo lo soy a mi manera”. Una pequeña libreta con anotaciones donada por su hijo Paulo Gurgel Valente es una de las incorporaciones más recientes al acervo.

Escritora de culto y lectora ecléctica. Por su mirada lo mismo pasaba Dostoyevski que la novela rosa, o El lobo estepario, de Hermann Hess, que la dejó conmocionada a los 13 años. Escogía sus lecturas por los títulos más que por los autores, decía.

Ejemplares de Spinoza con anotaciones a lápiz, obras de Tolstoi, Kafka o Machado de Assis conviven con libros sobre James Joyce o Shakespeare, metafísica, novelas de espías o la Enciclopedia de la mujer y la familia, señala la bibliotecaria del IMS Jane Leite. Con su primer sueldo -ganado como periodista en Río de Janeiro— compró Felicidad, de Katherine Mansfield. Aquel ejemplar no está en la biblioteca, pero sí de una edición de Lettere, las cartas de la cuentista neozelandesa editadas en italiano por Mondadori.

La pandemia ha obligado al Instituto Moreira Salles a suspender las visitas a la biblioteca y aplazar a 2021 la muestra Constelación Clarice que reunirá a artistas plásticas brasileñas contemporáneas de la autora y que ahora debía celebrar su centenario.

A las puertas de los 40 años, se divorcia. Regresa con sus dos hijos a Río, donde ahora tiene una escultura: sentada con un libro en el regazo, Lispector da la espalda a una de las playas más bellas del mundo, Copacabana.

Una imagen de su propia obra, donde no hay cabida para los paisajes, ni las épocas.

Son viajes introspectivos a los pensamientos, los miedos, las angustias, los afectos... casi siempre protagonizados por mujeres que viven en universos convencionales como el suyo.

Entró en la literatura infantil tras las quejas de uno de sus hijos, quien le afeó que escribiera para tanta gente, pero no para él. Le dedicó un relato en inglés porque la familia vivía entonces en EE UU. Ser madre es la experiencia que más la marcó, sostiene el especialista Ferraz. Pero no por los lazos familiares, sino por el hecho de dar vida, como hace cualquier animal o semilla. Nunca quiso ser aquella escritora que en horario de trabajo no podía atender a su prole. Jamás le molestó que Pedro y Paulo alteraran aquellas horas, nada más amanecer, en las que creaba desde las entrañas con cigarrillos y mucho café.

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