La Vida

COSAS DE DIOS

Hasta que se acaba

Suelo evaluar mis acciones del día anterior y me asombra cómo mis faltas, salvo ligeras variaciones, son casi siempre las mismas. Me recuerda a los vehículos que tienen una falla y los reparas, funcionan bien por un tiempo, pero vuelve el problema, otra vez. Así soy. Así somos. A los autos puedes descartarlos y comprar otro, pero la carrocería con la que llegamos aquí es la que nos toca, sin cambios. ¿Qué hacer, entonces? ¿Ba­jar los brazos y decir que yo no sirvo para nada por­que todos los días tropiezo y sufro nuevas derrotas?

Luchar Lo que Dios espera de nosotros es que mantengamos nuestro propósito de enmienda. Eso pienso. Que lu­chemos contra nuestras debilidades, todos los días, y lo sigamos a Él. Que no apartemos la vista de Su ros­tro pese a encontrarnos en medio de una nueva caída. El único camino sensato es tomar nuestra cruz, no im­porta su tamaño, su peso o sus clavos, y seguirlo.

Ser consecuentes Siento que Dios quiere que seamos consecuentes con el camino que hayamos elegido. Y que, con humildad, reconozcamos la dimensión de nuestro pecado. Que no lo minimicemos. Que no nos digamos que pecar de pensamiento no es tan malo como hacerlo de he­cho, al fin, pecado es pecado.

Pedir ayuda Que acudamos a Él para suplicarle que nos ayude a vencer esa tendencia al chisme, a la glotonería, a mi­rar lo que nos está prohibido, a mentir, a envidiar, a guardar rencor, a descuidar nuestras obligaciones, a no entregarnos para servirle como Él espera. Sin ol­vidar que, si nuestra alma no está en paz, podemos construirle al Señor una catedral y no nos salvaremos.

Tentación Y que mientras mayor es la obra que hagamos para Dios, más grande es la tentación que enfrentaremos. Porque nuestra caída arrastrará a muchos otros, y eso para el enemigo, satanás, es un premio que persigue sin cejar. Hasta que, al ver nuestro arrepentimiento sincero, Dios acuda en nuestro auxilio y nos ayude a vencerlo. Entonces, el mal buscará otras vías para ha­cernos caer. Así que debemos estar atentos porque es­te combate no se acaba, hasta que se acaba.

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