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FÁBULAS EN ALTA VOZ

El elogio del Amet

Lo normal es que, cuando se menciona la palabra Amet, que es como seguimos nombrando a los agentes de la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre (Digesett), en la mente de los dominicanos se “dibuje” una figura poco amable, que abusa de su poder o que sencillamente, “está aburrida”. Contrario a esto, hoy quiero compartir con ustedes el ejemplo de algo que decía mi mamá: “la ética está en la formación, no en la profesión”. Se trata del gesto humilde y respetuoso que tuvo con mi hija Dalia, el agente de la, que estaba el sábado al mediodía en la Máximo Gómez, esquina Paseo de los Ferreteros.

Les cuento la historia Ella, acompañada por una servidora, se dirigía de este a oeste por la calle, cuando él le hizo seña de que parara para dar paso a quienes transitaban por la Gómez. Ella acató su orden aun cuando tuvo el chance de cruzar. Paró sin pisar el espacio del peatón y sin molestarse por haber sido detenida cuando solo venía ella en esa dirección. Él miró hacia el interior del vehículo, y con una amplia sonrisa le dijo: “Yo la felicito. Usted tan joven, tan educada y humilde se detuvo sin molestarse. Se nota que ha sido bien educada. Es raro que, sobre todo, los jóvenes respeten la señal de pare”. Se lo repitió varias veces.

Inflada de orgullo Al escuchar ese agente elogiar a mi hija, no me quedó de otra que creer que estábamos en una ciudad fabulosa, donde pocos acatan las órdenes de la autoridad y, pocas autoridades respetan al ciudadano común. En esos pocos minutos en los que me trasladé al lugar, vi cómo la cordialidad se hace amiga de la paz para lograr esa armonía en la que cualquiera quisiera vivir. No hay espacio para el ego, y mucho menos para la agresión verbal ni física. La educación ciudadana es la reina. Todos están montados en el mismo tren. Quien da las directrices y quien las recibe tienen el respeto como estandarte. Es un paraíso donde todo fluye.

Al regresar Cuando el Amet nos dio al paso, volví en sí. Me di cuenta de que, aunque había regresado a nuestra realidad, sí es posible ser amable y respetuoso y más que todo, ser merecedor de un elogio tan sincero como el que recibió Dalia, o de un reconocimiento público como el que hoy humildemente, le hacemos a ese agente. A usted, también hay que felicitarlo.

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