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REFUGIO FILOSÓFICO

Filosofía de la Transparencia

Sylvana Marte

Sylvana Marte

El concepto “Transparencia” está de moda. El presidente electo, Luis Abinader, ha dicho que está comprometido a encaminar un gobierno pulcro, y para esto ha designado a la doctora Milagros Ortiz Bosch, para presidir la Dirección General de Ética e Integridad Gubernamental, decisión que he manifestado públicamente que me parece acertada.

Este nombramiento constituye un verdadero reto, en especial, cuando todavía es difícil comprender el alcance y lo que representa el verdadero significado del concepto “transparencia”, una reflexión que se hace urgente, y necesaria para para poder avanzar y mostrar resultados concretos.

Lo “transparente”, en todo el mundo, y en especial en el ámbito gubernamental, se ha convertido en un “fetiche” como lo dice el filósofo surcoreano Byung-yung-Chul Han, una exclamación excesiva, que tradicionalmente se concibe como la publicidad de documentos, y se asume como si fuera sinónimo de “verdad”.

Sabemos que el deber del funcionario informar, rendir cuentas y poner a la disposición ciudadana información pública, lo que constituye de máxima importancia para la formación y el fomento de un estado democrático. Sin embargo, para nadie es un secreto que el tipo de “transparencia” que se ha promovido en el país, carece de trascendencia.

El pensador Kant en sus escritos de filosofía política dice que hay dos tipos de políticos: el político moral y el moralista político. El primero hace suyos los preceptos de la moral para sus acciones en el ámbito público, lo cual permite fomentar la transparencia. El segundo tipo de político, considera a la moral como mera retórica, carente de validez, lo que le lleva a promover la corrupción y manejar en secreto los asuntos públicos.

La transparencia puede ser opaca o clara, activa o pasiva, en este caso aquí predomina la opaca y pasiva, donde no permite a los ciudadanos ejercer control social y conocer la administración pública, sino que se da la imagen de que el gobierno se “abre”, pero aporta informaciones aisladas, innecesarias, datos sin sentidos y complicados.

Debe estar atravesada por los principios del cumplimiento del deber (imperativo categórico), la justicia, la imparcialidad y rendición de cuentas. No puede verse de forma aislada, sino que su práctica conlleva una serie de criterios donde se hace imprescindible un accionar ético e íntegro.

En la actualidad, la Dirección General de Ética e Integridad Gubernamental cuenta con una resolución sobre la Estandarización de documentos, a fin de que todas las instituciones publiquen lo mismo en la página web institucional. Un amor enfermizo por los “documentos adjuntos” que confirma un “vacío de sentido” como denomina Byung-yung-Chul Han, a la cantidad de informaciones publicadas que carecen de utilidad para los ciudadanos. Es importante resaltar, que no necesariamente los gobiernos que más publican son los menos corruptos, y de eso sabemos mucho. Y también, ir sacándonos ese “dispositivo” de lo igual, porque no todas las instituciones tienen la misma razón de existir.

El teórico Han, hace análisis de este tema en su libro “La Sociedad de la Transparencia”, y lejos de todas las críticas que, particularmente, le puedo hacer como pensador, debo decir que hace acotaciones que me trasladan a todas las deficiencias que existe en República Dominicana en torno al tema. Porque quien encierra el significado “transparencia” sólo a la corrupción, está muy lejos de conocer su relevancia, porque ésta debe ser la norma para que se logren concebir sucesos sociales y políticas públicas destinadas a instaurar un profundo cambio dirigido única y exclusivamente al interés general.

Promoverla no es suficiente, es imprescindible que los funcionarios y las funcionarias realicen su labor en el cargo que se le fue otorgado, pero, además, que lo hagan bajo los principios de la honestidad, imparcialidad, efectividad, y responsabilidad, que es lo que genera la confianza.

Es importante que se comience a reflexionar sobre estos asuntos, para tener claro la “mística” de cuál es la razón de ser de la administración pública. Hay que pensar en todo lo que conlleva llevar el traje de ser una o un servidor del estado. El poder que se les otorga a quienes están en la en “la cosa pública” es un préstamo que hacemos los votantes para sacar adelante determinadas tareas en busca del bien común, nunca de los beneficios particulares, ni mucho menos de los partidos.

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