Otros chismes del pícaro platanero

El pícaro platanero volvió a rondar mi calle y mi abnegada cocinera se apresuró a asomarse a la puerta.

Como siempre, duró un buen rato en palique con el pintoresco personaje. Finalmente entró a la cocina, cargando una mano de plátanos. Se hizo la remolona, pero yo me enfundé de paciencia, pretendiendo indiferencia.

Después del desayuno, se acercó para hacerme confidencias; anda como todos, con la esperanza de un mejor mañana, con un Gobierno honesto y dispuesto a trabajar en favor del pueblo. Me contó que su amigo había incursionado por los apartamentos de las famosas “chapeadoras”, las que tanto colorido y que hablar dieron en el período que recién acabó. Muchas habían dejado de maquillarse y lucían sus caras lavadas y atavíos corrientes. La mayoría, dedicada a la mudanza de los habitáculos lujosos que ya no les costearía nadie.

Las domésticas empleadas no creían que, en este Gobierno, los funcionarios se atrevieran a lucir sus conquistas como anteriormente. Si acaso, uno que otro actuaría con discreción, acomodando a la “elegida” en un vecindario modesto y sin pretensiones.

El ambiente general era de pesimismo, así que el pícaro platanero se apresuró a alejarse porque no quería contagiarse de la tristeza reinante. Aún no se ha acercado a ninguna cocina de poder y echa de menos las opíparas comidas con que le obsequiaban hasta ayer. Emma lo consoló, diciéndole que, con su verbo y argucias, pronto gozaría del aprecio de muchas de las fámulas, encargadas de manejar los hogares de los nuevos incumbentes.