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FUNERAL

Por Covid-19: Crónica de un pésame sin abrazo y con mascarilla

Esta imagen quedará en el recuerdo de quienes sufren la partida de Gabriela y la ausencia de muchas personas queridas. Cortesía de Deyanira Infante.

Esta imagen quedará en el recuerdo de quienes sufren la partida de Gabriela y la ausencia de muchas personas queridas. Cortesía de Deyanira Infante.

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MARTA QUÉLIZSanto Domingo, RD

Eran las 12:20 del me­diodía del sábado seis de este mes. La ciu­dad viviendo su agi­tado curso, y de ca­mino a la Funeraria Blandino íba una servidora con Lewis y Mon­chy. Dar el pésame a Rosaury por la muerte de su hija, era innego­ciable. Cumplir con ciertos com­promisos de afecto y cercanía va más allá del temor que se le pue­de tener al Covid-19.

Había que entrar. En la Capi­lla ‘A’ estaba Gabriela, la joven de 19 años que había fallecido en Or­lando el 25 de mayo. El ambien­te estaba tan frío como su cuerpo. La calidez de un abrazo no tenía cabida en los dos salones que de­bieron juntar para que la gente estuviera separada como manda el protocolo sanitario.

Al lado del atad estaba ella. Una madre que lloraba descon­soladamente. Nunca imaginó que el reencuentro con su hi­ja iba a ser tan desgarrador. A una distancia prudente nos pusi­mos frente a Rosaury. Unos ojos que además de lágrimas tenían el evidente mensaje de: “ven y abrázame”. Era doble el sufri­miento: por un lado el falleci­miento de la hermosa joven y por el otro recibir un pésame cer­ca y lejos a la vez.

Las mascarillas impedían dis­tinguir el rostro de algunas perso­nas, pero dejan ver la tristeza que mostraban los que acompañaban a la familia en tan dura prueba. Un televisor pasaba imágenes de los momentos alegres que había vivido Gabriela, los que contra­dictoriamente llenaban de dolor y llanto a los presentes. Su abuelo Rafael la contemplaba sin pesta­ñear, y se detenía a observar cada detalle del aquel vídeo.

Triste experiencia Era la primera vez que esta servi­dora iba a un funeral después de la llegada a República Domini­cana del Covid-19. La presencia en aquel lugar tenía un objetivo: apoyar a esa familia que también ha estado siempre con la nuestra cuando ha sido necesario.

Aunque tu mente se haya adap­tado a la nueva realidad, es cho­cante dar un pésame sin el cáli­do abrazo que habla de cuánto tú sientes el duelo por el que atravie­sa gente tan querida. Sin embar­go, ejercer una carrera como el periodismo, implica muchas ve­ces guardar tus propias penas pa­ra contar la historia.

En este caso no ha sido diferen­te. Llamó la atención lo difícil de hacer un funeral en medio de una pandemia. La escasa presencia de asistentes aun cuando se sabe que se trata de una familia larga y de un pueblo como Constanza que cumple, no importa la distancia.

A esto se suma la tristeza de po­nerse en los zapatos de una madre que tuvo que esperar desde el 25 de mayo hasta el seis de junio pa­ra ver a su hija por última vez. El vuelo en el que fueron traídos sus restos, trajo cuatro personas más. Otros dolientes que también han tenido que sufrir doble: por la par­tida de un ser querido y por las vici­situdes que implica hacer un fune­ral en tiempos de coronavirus .