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LETRAS

Los seis consejos de George Orwell para escribir mejor

Pie de foto: George Orwell pensando en si seguir sus cinco primeras normas o aportar a una sexta.

JAIME RUBIO HANCOCKTomado de El País

A menudo se di­ce que no hay reglas para es­cribir bien. Pe­ro no es cierto. Por ejemplo, ayuda tener a mano las seis normas que propuso George Orwell. Las recordaba su hijo, Richard Blair, en una entrevista que le hizo Bernardo Marín y que publicó EL PAÍS días atrás.

1-Nunca uses una metá­fora, símil u otra frase he­cha que estés acostumbra­do a ver por escrito,

2. Nunca uses una pala­bra larga si puedes usar una corta que signifique lo mis­mo.

3. Si es posible eliminar una palabra, hazlo siempre.

4. Nunca uses la voz pa­siva cuando puedas usar la activa.

5. Nunca uses una expre­sión extranjera, una pala­bra científica o un término de jerga si puedes pensar en una palabra equivalente en tu idioma que sea de uso co­mún.

6. Incumple cualquiera de estas reglas antes de escribir nada que suene estúpido.

Orwell las incluyó en un ensayo titulado Politics and the English Language (La política y el idioma inglés), publicado en 1946 en la re­vista Horizon. El artículo criticaba sobre todo el len­guaje político, pero sus con­sejos se pueden aplicar a cualquier texto. Por ejem­plo, The Guardian lo citaba hace unos años para criticar cómo escribimos en inter­net. Y también puede servir para cualquier idioma, a pe­sar de que el punto 4, el que se refiere a la voz pasiva, se puede aplicar con más fre­cuencia al inglés.

Para el autor británico, esta preocupación por el lenguaje no es ni “frívola” ni “exclusiva de los escritores profesionales”. Cuando uno se libra de los malos hábi­tos al escribir, “puede pen­sar con más claridad y pen­sar con claridad es el primer paso hacia la regeneración de la política”.

Tópicos imprecisos

En opinión del autor britá­nico, los problemas prin­cipales de muchos textos son dos: las imágenes trilla­das y la falta de precisión. Cuando escribimos, hay que dejar que “el significa­do escoja a la palabra y no al revés”, afirma. Hay que hacer un esfuerzo y pensar antes de comenzar a jun­tar letras, para evitar así “las imágenes desgastadas o confusas, todas las frases prefabricadas, las repeticio­nes innecesarias, y las tram­pas y vaguedades”.

En los textos que criti­ca se acumulan “metáfo­ras moribundas”, de las que ya se ha abusado tanto que han perdido su significado. Pensemos, por ejemplo, en “arden las redes”. Otro vi­cio habitual, según Orwell, es el de usar términos pre­tenciosos con la intención “de dar un aire de impar­cialidad científica a juicios sesgados”, además de “pa­labras que carecen casi de significado”.

Por ejemplo, términos como democracia, socialis­mo, libertad, que a menudo se usan con “significados di­ferentes que no se pueden reconciliar entre sí”. No es lo mismo leer información sobre noticias falsas en un texto del New York Times­que en unas declaraciones de Donald Trump, que se ha apropiado de esta expre­sión, fake news, para cali­ficar todos los titulares que no le gustan.

Paradójicamente, otra palabra que no significa lo mismo según quien la utili­ce es orwelliano, usada por “críticos de todos los ban­dos”, tal y como publicaba el New York Times en un artículo que mencionaba que este texto es, junto con 1984 y Rebelión en la gran­ja, uno de los más influyen­tes de Orwell

Defender lo indefendible

Como ya hemos apuntado, a Orwell le preocupa espe­cialmente lo mal escritos que estaban los textos po­líticos, algo que no pode­mos decir que haya cam­biado mucho. Orwell pone ejemplos que suenan muy actuales, como hablar de “pacificación cuando “se bombardean poblados in­defensos desde el aire” o de “traslado de población” cuando “se despoja a millo­nes de campesinos de sus tierras”.

“Un orador que usa esa clase de fraseología ha toma­do distancia de sí mismo y se ha convertido en una má­quina” que intenta “defen­der lo indefendible”, escri­bía Orwell. Lo que consigue es que “las mentiras parez­can verdaderas y el asesina­to respetable”. Como recor­daba Steven Pinker en The Sense of Style, esta abstrac­ción tan vaga acaba deshu­manizando.

Cuatro preguntas

Es cierto que escribir mal es fácil: no hay que pre­ocuparse por cómo nos ex­presamos, solo hay que escoger expresiones del ca­tálogo de frases hechas. Pe­ro también lleva a que los textos sean desagradables e ineficaces.

En cambio, un escritor cuidadoso se hará al menos cuatro preguntas antes de redactar cualquier texto:

- ¿Qué intento decir?

- ¿Qué palabras lo expre­san?

- ¿Qué imagen o expre­

sión lo hace más claro?

- ¿Esta imagen es lo su­ficientemente nueva como para producir efecto?

Y quizás incluso dos más:

- ¿Puedo ser más breve?

- ¿He dicho algo que sea evitablemente feo?

En caso de duda, siem­pre se puede recurrir a las seis normas antes mencio­nadas. Y sí, ya sabemos que nosotros, en Verne, también las incumplimos de vez en cuando. Haremos propósito de enmienda.

No, un momento, eso es una frase hecha.

Orwell y la posverdad

Los seis consejos de Orwell para escribir bien son muy conocidos, pero últimamen­te se habla bastante más de otro texto de Orwell: la no­vela 1984, que publicó en 1949, tres años después que La política y el idioma inglés. El clásico siempre ha sido popular (la primera adap­tación cinematográfica lle­gó en 1956), pero en los úl­timos meses se ha citado a menudo en referencia a la posverdad y a las noticias falsas. Un ejemplo: este frag­mento que podría explicar la diferencia entre una mentira y una posverdad.

La palabra clave de todo esto es negroblanco. Como tantas palabras de la nueva­lengua, tiene dos significa­dos contradictorios. Aplica­da a un contrario, significa la costumbre de asegurar descaradamente que lo ne­gro es blanco en contra­dicción con la realidad de los hechos. Aplicada a un miembro del Partido signi­fica la buena y leal volun­tad de afirmar que lo negro es blanco cuando la discipli­na del Partido lo exija. Pero también se designa con esa palabra la facultad de creer que lo negro es blanco, más aún, de saber que lo negro es blanco y olvidar que alguna vez se creyó lo contrario. Esto exige una continua alteración del pa­sado, posible gracias al sis­tema de pensamiento que abarca todo lo demás y que se conoce con el nom­bre de doblepensar .

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