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REFUGIO FILOSÓFICO

La ignorancia: creciente e infinita

Sylvana Marte

Sylvana Marte

“Sólo sé que nada sé” es una famosa frase que se le atribuye a Sócrates, lo cierto es que se dice que él nunca lo dijo, sino que reconocía e insistía de que no hay forma de obtener el conocimiento absoluto por la sencilla razón de que siempre vamos a ignoramos algo.

A esta certeza de Sócrates fue de lo que el filósofo austriaco Karl Popper denominó: “El conocimiento de la ignorancia” durante una conferencia con motivo del otorgamiento del "Honoris causa" en la Universidad Complutense de Madrid, España.

Popper parte de esta cita para hacer varias observaciones, entre ellas que “la ignorancia es creciente e infinita”.

Debo aclarar que, pese a que la ponencia se hace desde una perspectiva científica, en nuestro caso, de manera particular y como aspirante a filósofa, hago un esfuerzo para adaptarlo a la vida cotidiana.

Sócrates fue bastante sabio en estar consciente de su ignorancia. Si comparamos todos los progresos científicos desde su época hasta ahora, es fácil constatar su afirmación.

Hoy, con tantas informaciones y nuevos descubrimientos, el saber es una especie de destello que huye tan veloz como el tiempo. Van naciendo y muriendo los avances con tanta facilidad que nos provoca una incertidumbre, hasta cierto punto reconfortante, que nos asegura que es imposible un conocimiento total.

Debo confesar que me asusta e impresiona ver como hay quienes hablan en nombre de la “verdad”, con tanta determinación y convencimiento. Pienso, y hago una “mea culpa” de que he sido una de esas, actualmente trato de hacer un ejercicio “espiritual” y “socrático”.

Ahora bien, no es lo mismo asumir que no sabemos sobre algo en la soledad, que cuando compartimos o discutimos con los demás. Es difícil hacer esa valoración con “el otro” y desnudar nuestras debilidades. Ponernos el abrigo de la humildad resulta complejo, y hasta humillante, en un país donde todo el mundo cree que sabe de todo.

Es posible, que tanta desolación nos lleva a anhelar sostener a un diálogo racional y evitar estar plagados de dogmas, creencias y fanatismos, para encaminarnos en busca de “una verdad” y lograr extraer conclusiones fructíferas de un diálogo. Este deseo puede ser llevado a cabo, según Karl Popper, siguiendo tres principios:

El primer principio es el de la falibilidad: “Quizá yo esté equivocado y quizá usted tenga razón, pero desde luego, ambos podemos estar equivocados”.

El segundo es el principio del diálogo racional: Queremos de modo crítico -pero sin ningún tipo de cuestionamiento personal- poner a prueba nuestras razones a favor y en contra de nuestras variadas teorías.

El tercero es el del acercamiento a la verdad con la ayuda del debate. Podemos casi siempre acercarnos a la verdad, con la ayuda de tales discusiones impersonales “y objetivas”, y de este modo abrirnos al entendimiento; incluso en aquellos casos en los que no llegamos a un acuerdo, es posible sacar algo provechoso.

Estos principios, aunque epistemológicos, son al mismo tiempo éticos, porque implican que: si yo puedo aprender de usted, y si yo quiero aprender en el interés por la búsqueda de la verdad, debo reconocerle potencialmente como a un igual, sin olvidar que nunca podremos estar seguros de haber llegado a la verdad.

Ahora bien, me he tomado el atrevimiento de agregarle un cuarto principio, porque está demostrado que solo basta reconocer nuestra ignorancia, tampoco las claves para mantener una conversación racional de Popper son exactas, hay otros factores que intervienen.

Yo le he llamado el principio de “aplazamiento asertivo”, que esos debates, que es mejor no llevarlos a cabo, porque desde el inicio sabemos que serán inútiles e ineficaces.

No significa apostar a la intolerancia, o que se le rinda una pleitesía a la “homofilia” (amor a los iguales), sino que la experiencia me ha demostrado que no basta reconocer que mi “ignorancia es creciente e infinita”, cuando desde el inicio sabemos que ninguno de los actores están dispuestos a cambiará de posición.

En estos casos, lo más factible es concentrarnos en nuestro bienestar y amor propio, apelar a la paz y tranquilidad, recordar que la vida es un instante, y que ese tiempo desperdiciado puede ser utilizado que acciones de mayores beneficios, especialmente, si la relación con la persona que se debate está atravesada por un sentimiento de afecto genuino.

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