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Madres por la Patria

Ámbar Capellán, una enfermera que sacrifica su maternidad para servir a los demás

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IVELISSE VILLEGASSanto Domingo, RD

Ámbar Caroli­na Capellán es una enfer­mera que la­bora en el 911 desde hace cinco años. En esta pandemia su amor de madre ha sido sometido al sacrificio más doloroso, separarse de sus hijos, ante el reto de enfrentar día a día los miedos de poder conta­giarse o morir por el virus y dejar huérfanos a sus des­cendientes.

“Desde que comenzó la pandemia no convivo con mis hijos, ellos están don­de mi madre que vive en la parte de arriba de la casa y desde lejos les mando besos y abrazos. Mi último bebé tiene 10 meses y escucharlo llorar y no poder cargarlo, abrazarlo y acurrucarlo pa­ra darle mi cuido, ha sido lo más doloroso. Esto ha sido una prueba difícil”, cuenta la joven madre.

Ámbar tiene 31 años y cua­tro hijos: Chris Rojas, de 11 años; Abrahinnys, de 8; Rog­gers Aniel, con dos años y Ro­ggers Adriel, de 10 meses.

Su maternidad la llevó a encarar la vida con la res­ponsabilidad de entender que tenía que luchar por una profesión para darle un mejor futuro. Con ese sue­ño llegó al Sistema Nacio­nal de Atención a Emergen­cias y Seguridad 911.

Labor “Mi trabajo en el 911 es de auxiliar de enfermería, en la atención en emergencia prehospitalaria. Asistimos el paciente antes de llegar al

hospital, por ende, cuando acudimos al llamado no sa­bemos si está contagiado o no, simplemente, hacemos nuestros trabajo”, explica Capellán.

Sostiene que a simple vis­ta, los trabajadores de la sa­lud han puesto su pasión por el trabajo en primer pla­no, y en especial ella que escogió ser enfermera por­que le gusta ayudar a los demás y salvar vidas, pero nunca se imaginó que llega­ría el día en que trabajaría con tanto miedo.

Sus miedos “Por lo general comienzo el día con mucha energía, pe­ro después de esta pande­mia nada es lo mismo. Tra­bajamos bajo un clima de incertidumbre. Ahora cuan­do subo a la ambulancia pienso en mis hijos y me da miedo de poder contagiar­los, de no poder llevarlos hasta una edad donde pue­dan valerse por sí mismos.

El miedo me invade día a día al no saber si el pa­ciente que atenderemos es­tá contagiado y aún no pre­senta síntomas. Es como si fuera un fantasma que nos persigue y cuando se aden­tra en nuestros pensamien­tos nos ataca y solo pien­sas ‘estaré contagiado’, vas de camino a tu hogar y piensas, y si por mi cul­pa mi familia se contagia, y en los peores casos, si al­gún familiar muere. Todo eso nos pasa por la mente las 24 horas del día y no lo decimos, lo callamos’’.

A veces en el trabajo aún bajo esa tensión, ese estrés, ella brinda una sonrisa al paciente y le dice ¡todo es­tará bien! “Pero, ¿quién nos dice a nosotros, el personal de salud, tranquilos, todo estará bien? Todas las no­ches, todos los días, le pido a Dios que guarde y proteja a mi familia que este virus no toque mi hogar ‘’, expresa.

Cuenta que la experien­cia más traumática que ha experimentado en esta cri­sis sanitaria fue la llamada de un paciente que activó el sistema por dolor de pecho, realmente, tenía los sínto­mas y estaba en espera de los resultados de la prue­ba. “Cuando entró a la ha­bitación, él estaba tosiendo y sin mascarilla puesta. Yo tenía mascarilla pero sin el kit que usó cuando atiendo un llamado de un enfermo o probable contagio. Al ter­minar el servicio hice una crisis de ansiedad por la que fui trasladada a una clínica. Allí me encontraron la pre­sión baja y el azúcar, dando como consecuencia que me pusieran en cuarentena”.

“Duré 15 días fuera del servicio, siendo tratada con terapia de psicólogo y mien­tras esperaba el resultado de la prueba, puedo decirles que fueron los días más angus­tiantes. Pero desde que tuve la información de que era ne­gativo, lo primero que hice fue subir las escaleras y abra­zar y besar a mis hijos. Fue la última vez que los abrace ha­ce más de un mes, y por un instante, luego me integré a trabajar. Estaba dispuesta a renunciar, pero me aconseja­ron que no, entonces me re­firieron a terapia y así, suce­sivamente, he ido superando mis temores”, asegura.

Agradecida Nuestra protagonista cuen­ta que a todo esto, ella y su esposo, Rogger De La Rosa, quien es médico residente en Ginecobstetricia, en la Maternidad San Lorenzo de Los Minas, duran hasta tres días sin verse, pues tienen horarios opuestos, y cuan­do ella está en la casa, él es­tá de servicio.

Capellán estudia medici­na en la Universidad Autó­noma de Santo Domingo, pero se transferirá a un di­plomado en Oncología In­fantil. Al final, reconoce que todo ha sido más llevadero porque tiene la mejor ma­dre del mundo, que le cuida sus hijos mientras ella sale a la calle para arriesgar su vida haciendo lo que sabe: Salvar vidas.