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COMERCIO COVID-19

Caretas de plástico y Lysol casero: cómo ha perseverado una tienda de alimentos en Brooklyn

Un empleado desinfecta las canastas para las compras en City Fresh Market en Brooklyn el 16 de abril de 2020. (Juan Arredondo/The New York Times)

Un empleado desinfecta las canastas para las compras en City Fresh Market en Brooklyn el 16 de abril de 2020. (Juan Arredondo/The New York Times)

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The New York TimesBrooklyn, Estados Unidos

Después de haber trabajado durante casi 30 años frente a la caja registradora número cuatro de City Fresh Market en Bushwick, Brooklyn, Cecilia Nibbs conocía a los clientes por lo que compraban y tenía una lista mental de sus hábitos de compra, algo muy parecido a hacer el inventario de la tienda.

En marzo, algunos de ellos, uno por uno, comenzaron a desaparecer. Otros residentes le dijeron que habían muerto. La noticia se volvió más sombría: habían sido víctimas de una enfermedad nueva e incurable.

“La gente llegaba a decirme: ‘¿Te acuerdas de tal persona, Ceci? Pues falleció”, narró Nibbs. “’Ay, Ceci, ¿te acuerdas de este otro? Pues se murió’”.

Sus decesos fueron las primeras señales ominosas de la llegada de la pandemia del coronavirus.

De pronto, ir a trabajar era como adentrarse en una zona de guerra donde el enemigo era invisible y cualquier persona cuyos alimentos empacaba y en cuyas manos depositaba el cambio podría portarlo.

Lo que solía ser un trabajo cotidiano, se empezó a llenar de angustia casi de la noche a la mañana.

“Cuando trabajas en una tienda, interactúas con mucha gente. No sabes quién está enfermo”, comentó Nibbs, de 58 años. “No sabes quién lo porta”.

“Confieso que da miedo”, añadió.

Por lo general, los supermercados no se consideran proveedores de servicios esenciales como los hospitales, los cuarteles de la policía o las estaciones de bomberos. Pero se han convertido en algo indispensable para la ciudad y ayudan a que los neoyorkinos se alimenten y a que las comunidades se mantengan unidas. Al mismo tiempo, debido a las oleadas de clientes que entran y salen, son lugares de riesgo para los trabajadores.

En City Fresh —al igual que en la mayoría de las tiendas de alimentos— el ritual de los empleados ha cambiado en formas que nunca se hubieran podido imaginar.

Siguen realizando las tareas habituales: abrir las cajas registradoras, abastecer el pasillo de los cereales, poner las carnes frías en el mostrador de embutidos. Pero ahora se protegen detrás de caretas de plástico y cubrebocas de tela, se ponen guantes y llevan desinfectante a doquiera que van. Cuando se acabó el Lysol en la tienda, tuvieron que elaborar su propio desinfectante con alcohol, aceite de eucalipto y sábila.

Antes de que impusieran las medidas de distanciamiento social, los clientes se amontonaban en los pasillos, se arrebatan el papel higiénico, el desinfectante y la pizza congelada. En City Fresh, que está abierto las 24 horas, en marzo, la cantidad de clientes se quintuplicó comparada con la del mes anterior y también aumentó el número de compradores después de la medianoche.

“Estaban aterrados”, comentó Dulce Simono, de 32 años, quien trabaja como cajera y en la trastienda. “Fue cuando nos dimos cuenta de que había demasiada gente y comenzamos a usar guantes y cubrebocas”.

Nibbs señaló que llevaba la cuenta de al menos diez clientes que habían muerto. Pero hasta ahora, creen que solo una empleada ha contraído el virus.

Pese a los riesgos para su salud, los trabajadores siguen presentándose, en parte porque consideran a sus compañeros como una familia, pero también por un sentido de responsabilidad.

“Tenemos que lograr que la gente se sienta bien”, dijo Nibbs al mencionar que escucha con atención a los clientes que, en un frenesí por cocinar debido a la orden de permanecer en casa que se ha impuesto en la ciudad, piden ingredientes que no son de temporada, como las castañas.

“Queremos estar aquí; queremos estar con los clientes; queremos ayudar”, afirmó. “Es como un servicio. Si no vives para servir, nada tiene sentido. Unos son médicos, otros maestros y algunos empleados, como yo”.

Aunque no existen datos precisos, por lo menos 32 empleados de tiendas de comestibles han muerto de COVID-19 en Estados Unidos, según los cálculos del Sindicato de Trabajadores de Alimentos y Comercio. Al menos 4687 han dado positivo por el virus o han faltado a trabajar porque se han aislado de manera voluntaria.

Sin embargo, según este sindicato, es posible que esas cifras sean más elevadas, ya que las principales cadenas como Walmart y Whole Foods no han dado a conocer información sobre los contagios.

Juan-Pablo Polanco, también conocido como Pablito, un hombre de 66 años, alto y taciturno, procedente de Santo Domingo, ha trabajado en City Fresh desde hace 20 años luego de haber laborado en el cultivo del café en la República Dominicana.

Su esposa le suplicó que dejara de trabajar. “Pero le dije que la renta y las cuentas no se pagaban solas”, señaló.

El personal se espantó mucho cuando Ricardo Caiche, de 65 años, quien ha trabajado en ese supermercado durante 34 años contrajo lo que todos pensaban que era el coronavirus. “Estaba muy asustado”, dijo Arturo Payamps, el gerente de 38 años, mientras se oprimía el pecho. “Le llamaba todos los días”. (Caiche tenía influenza y dio negativo por el coronavirus).

Simono, una de las empleadas más jóvenes de la tienda, dice que echa de menos poder ver las expresiones faciales de los clientes. “No podemos ver su sonrisa; ellos tampoco pueden ver nuestra sonrisa”, afirmó. “Todo mundo está muy triste”.

Kenneth Santana, un subgerente de 34 años, prefiere permanecer en el supermercado más tiempo del necesario porque, según comenta, es mejor que estar solo y aburrido en casa. “Me gusta andar por aquí”, dijo. “Al menos veo gente y hablo con ella”.

City Fresh se ubica en la avenida Knickerbocker, que pasa por Bushwick y Ridgewood a lo largo de los límites entre Brooklyn y Queens. Ha sido un pilar del vecindario, pese a que la comunidad conformada en su mayoría por negros y latinos ha iniciado un proceso de gentrificación.

Su personal, de aproximadamente 50 personas, está conformado principalmente por trabajadores inmigrantes de la República Dominicana, Colombia, México, Ecuador y Honduras. Sus salarios son de 15 dólares la hora cuando empiezan y aumentan a medida que acumulan más años de experiencia.

Dicen que la pandemia ha provocado que sean más visibles y se les dé mayor reconocimiento, un punto de vista con el que concuerdan los clientes, como Koory Mirz, un desarrollador de sitios web de 31 años.

“Son increíbles. Por lo general, nunca pensamos en agradecerles a los empleados de los supermercados”, comentó mientras caminaba por los pasillos de la tienda a eso de la una de la mañana. “Yo no podría hacerlo si mi jefe me pidiera que trabajara un turno aquí”.

Además de conservar un ambiente limpio, un desafío importante para el supermercado es mantener surtidos sus anaqueles en medio de una demanda cada vez mayor. El papel higiénico y los desinfectantes están escasos, así como otros productos que no tenían mucha demanda en épocas normales, como el aceite de eucalipto.

Una limitación es obtener nuevas existencias porque los proveedores dicen que sus conductores han contraído el coronavirus.

“Hacemos todo lo que podemos, pero ahora se nos está complicando”, señaló Payamps.

Sin embargo, debido a la afluencia de compradores, la tienda ha contratado a más trabajadores para mantener los anaqueles llenos. “Si antes se resurtía cada dos horas, ahora resurtimos cada media hora”, comentó Santana.

Mucho antes de que el virus empezara a invadir Nueva York, los gerentes de las tiendas se enteraron de la gravedad de la enfermedad por las charlas en algunas de las tiendas de propietarios chinos de la cuadra.

Los trabajadores chinos estaban enviando grandes paquetes de cubrebocas a sus familias en China para que se protegieran contra el brote en aumento.

“Si había escasez en un país que manda cubrebocas a todo el mundo, iba a haber escasez en todas partes”, afirmó Santana.

A su vez, los gerentes de City Fresh comenzaron a hacer pedidos de cubrebocas, y Payamps les dijo a sus empleados que tenían que usar guantes y cubrebocas semanas antes de que la ciudad impusiera esta medida. “Al principio, todos lo tomaron a broma”, señaló.

A principios de marzo, también reunió a sus empleados y les pidió: “No tosan sobre nadie ni permitan que nadie tosa sobre ustedes”.

Ahora, una empresa profesional de limpieza desinfecta la tienda todos los días, y los empleados limpian con frecuencia las canastas para las compras. Han colocado cintas adhesivas en el suelo para que los pasillos tengan un solo sentido y haya espacio entre los clientes.

Payamps instaló barreras de plástico, que cuestan alrededor de 200 dólares la pieza, para separar a los cajeros de los clientes. Los trabajadores usan caretas de plástico además de los cubrebocas. Además, la música ambiental de costumbre se interrumpe a menudo con anuncios que exhortan a los clientes a mantener el distanciamiento social.

Payamps cree que la intervención oportuna ayudó a proteger a sus empleados, aunque el virus estuviera invadiendo el vecindario.

Sin embargo, una cajera, Susly Jimenez, sí se enfermó. Pese a que no pudieron hacerle la prueba, afirmó que tenía todos los síntomas de COVID-19, incluyendo una fiebre que comenzó el 25 de marzo y siguió siendo muy alta durante varios días.

No obstante, su estado mejoró y regresó a trabajar esta semana.

Cecilia Nibbs, quien ha trabajado como cajera en City Fresh Market en Brooklyn durante casi 30 años, cobra a un cliente de la tienda el 28 de abril de 2020. (Juan Arredondo/The New York Times)