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La ‘biblioteca de la credibilidad’ es el accesorio más popular de la cuarentena

Los estantes de libros se han convertido en el fondo de preferencia para aplicar una pátina de autoridad a una transmisión de video amateur. (Cari Vander Yacht/The New York Times)

The New York TimesSanto Domingo

Imagina que eres un miembro de la clase experta, el tipo de persona a la que invitan a pontificar en los programas informativos de televisión. En circunstancias normales, tu experticia podría ser señalada al público por una fotografía llamativa de unos rascacielos superpuesta detrás de tu cabeza. Pero en la actualidad, las formalidades del estudio de transmisión son un viejo recuerdo, y las únicas herramientas disponibles para dar a entender que realmente te corresponde ese lugar en la televisión, son los objetos dentro de tu propia casa. Solo hay una jugada posible: debes hablar frente a una estantería de libros.

A medida que la industria de los medios se ha ido refugiando en interiores, las estanterías se han convertido en el fondo de preferencia de presentadores de televisión, ejecutivos, políticos y cualquier persona interesada en aplicar una pátina de autoridad a sus transmisiones de video amateur. En marzo, cuando el coronavirus puso en pausa los apretones de mano y los besos a bebés típicos de la campaña presidencial, Joe Biden desapareció notablemente de la vista pública por varios largos días, mientras su equipo se las arreglaba para lograr proyectar un aura de competencia desde el sótano del candidato. Cuando finalmente resurgió, lo hizo frente a una estantería de libros que cubría una pared entera, perfectamente curada y adornada con objetos patrióticos como un balón de fútbol americano desgastado y una bandera estadounidense doblada en forma de triángulo.

En abril, una cuenta anónima de Twitter, Bookcase Credibility (biblioteca de la credibilidad), apareció para vigilar esta tendencia y rápidamente acumuló más de 30.000 seguidores. Su lema es: “Lo que dices no es tan importante como la biblioteca que tienes detrás”, y ofrece comentarios condescendientes sobre las tendencias en rápida consolidación de este género, así como un genuino respeto por una pieza bien ejecutada. La directora ejecutiva de YouTube, Susan Wojicki, apareció frente a “un papel tapiz de credibilidad estándar en un inofensivo contexto hogareño”. La colección de la Enciclopedia Británica de la activista por los derechos de los migrantes Minnie Rahman “es un vago intento de hacer referencia a la convención”. Y el “audaz control de la credibilidad” del político británico Liam Fox “pierde algo de fuerza con la edición de tapa dura de El Código Da Vinci”.

La estética de la credibilidad por lo general pasa desapercibida. El aspecto de la autoridad intelectual es muy específico —en este país, la credibilidad luce como un hombre blanco en un traje oscuro— pero también es insulsamente inflexible. Cobra fuerza por su constancia a través del tiempo. Es una elección superficial para personas que pretenden rechazar las elecciones superficiales. Sin embargo, la pandemia ha desbloqueado todo un nuevo ámbito para significar la respetabilidad, y para juzgarla: la decoración del hogar.

Clasificar el fondo de las videoconferencias de las figuras públicas se ha convertido en un juego de mesa pandémico. Para cierta clase de personas, el hogar no solo debe funcionar como un refugio pandémico sino que también debe estar optimizado para la exposición al mundo exterior. La cuenta de Twitter Room Rater (evaluador de habitación) evalúa la iluminación, los ángulos, la limpieza y los accesorios, y luego asigna una puntuación del 1 al 10 (A David Frum le vendría bien una “planta para suavizar el espacio”: 7). Una pared de fondo cuidadosamente seleccionada puede deleitar (como cuando John Oliver apareció en el “Show de Wendy Williams” frente a una pintura de Wendy Williams) o distraer (como cuando Jamie Dornan se grabó desde su baño en un intento por lograr que su envidiable residencia de celebridad luciera “normal”).

Las estanterías de libros son una superficie visualmente agradable y un guiño a la profundidad intelectual. De todos los juicios que se están emitiendo actualmente por la cuarentena, este es bastante inofensivo. Uno tiene la sensación de que para estas personas que usan libros de fondo, ser juzgados por sus bibliotecas personales es un sueño secreto finalmente hecho realidad. Los espectadores analizan sus repisas como si estuvieran examinando un acertijo en una versión elitista de una revista infantil: han descubierto que Pete Buttigieg tiene “El capital en el siglo XXI” de Thomas Piketty, Paul Rudd tiene “Jude el oscuro” y la actriz de Broadway Melissa Errico exhibe un tomo llamado “Arte erótico irlandés”.

Es sorprendente la rapidez con la que las estanterías se han convertido en algo indispensable, la facilidad con la que se han integrado a las frágiles reglas estéticas de la autoridad. La presencia de una biblioteca de la credibilidad sugiere que los que manejan la experticia y el profesionalismo están operando de manera normal, aunque no sea el caso en absoluto. Hay una pizca de tierna vulnerabilidad integrada en estas exhibiciones de autoridad.

En un momento histórico en el que incluso nuestros expertos designados rara vez saben qué está pasando en realidad, la fachada de la respetabilidad siempre está en riesgo de derrumbarse. La semana pasada, el corresponsal de ABC Will Reeve apareció en “Good Morning America” frente a una biblioteca de alta credibilidad que exhibía un reloj antiguo y una resplandeciente urna dorada. Reeve no tenía pantalones puestos.