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FÁBULAS EN ALTA VOZ

Flashes de dolor

Tomaba las mejores fotos, pero no sabía posar. Andaba de punta en blanco, pero nunca osó privar. Tenía amplios conocimientos del desenfoque, pero no se desenfocó en su fructífero paso por este mundo. Ese era él: Tomás Paredes, un hombre al que la muerte lo sorprendió sin flashes, al que no le dio el chance de tomar su última foto.

Hasta con su ida a destiempo supo hacer su trabajo: retrató en cada rostro una tristeza que habla de lo que siente el corazón. Murió en su casa: el LISTÍN DIARIO. Con su partida se llevó el aliento de sus compañeros. Sí, de esos que sabiendo todos sus atributos tal vez nunca se lo hicimos saber.

Un dolor que ‘duele’ Así como fue siempre: un soldado que cumplía al pie de la letra con su trabajo, así obedeció al llamado de la muerte. Sin chistar, sin aparataje... Estaba solo y no nos dio el chance de ayudarlo. En cambio, no previó que en efecto sí le tocaba en algún momento ser protagonista. Su fallecimiento se convirtió en el tema obligado sin que las lágrimas impidieran arrojar el profundo dolor que causó su deceso. Al enterarme, busqué su última imagen en mi cabeza. Era fresca. Fue el jueves, un día antes de su muerte cuando como siempre al saludarlo le dije: ¡Hola, Tomás, ¿y las paredes? Su respuesta fue simple: “Viviendo como Dios quiera”.

Un viaje sin regreso Tomás se fue y todos sabemos que no regresará. Pero su cámara que siempre le acompañaba, su eterna chaqueta negra, su impecable camisa blanca y sus brillosos zapatos nos ayudarán a mantenerlo en nuestros recuerdos. Su amplia sonrisa, y su singular y entusiasta forma de saludar se encargará de que mantengamos viva su imagen. Pero Tomás no solo vivirá en la memoria de su familia, de sus compañeros, de sus colegas fotógrafos o en la de su querida Rosanna Rivera, también se queda en la mente de todas esas personas a las que noche tras noche captaba con su lente y conquistaba con su corazón.

Ruta fabulosa Hace un tiempo me dijo que quería viajar a una de esas ciudades fabulosas que protagonizan esta columna. No imaginé que en efecto, se iría tan pronto a visitar quizás, la más fabulosa de todas. Allí de seguro está captando las mejores imágenes para engalanar la sociedad a la que ahora pertenece: la de los ángeles. Hasta siempre mi querido Tomás. Esta servidora, Martica (Dali) y ‘El hijo de Marta Quéliz’ (Manu), como llamabas a mis hijos, así como todos los que te conocimos te recordaremos con la alegría que te caracterizó, aunque te aseguro que ahora estamos siendo captados por flashes de dolor.

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