CUBA
El Carnaval de La Habana recibe una inyección de vitalidad
Víctor Marrero lleva la mitad de la vida maquillándose cada agosto para bailar en el Carnaval de La Habana, una fiesta que perdió la fastuosidad de sus orígenes pero que este año, por la celebración de los 500 años de la ciudad, recibe una inyección de vitalidad.
Marrero, de 89 años, el Tata Cuñengue, es el bailarín más antiguo en actividad del carnaval capitalino. Integra la comparsa El Alacrán, que data de 1908 y es la más vieja de una fiesta que se remonta al inicio de la colonia.
"Llevo 40 años, más de 40 años de Tata Cuñengue y sigo bailando como el brujo en la comparsa de El Alacrán", cuenta, mientras tiñe su rostro de negro, frente a un espejo, ayudado por sus hijas.
El Tata Cuñengue es un viejo brujo en la Regla Conga o Palomonte, un culto religioso africano.
Cuenta la leyenda que, en un día de corte de caña de azúcar de esclavos, una mujer negra fue picada por una alimaña en pleno trabajo. Todos acudieron al Tata.
El brujo, tras lanzar conchas de caracol en el suelo y hacer una adivinación, determinó que se trataba de un alacrán al que, acto seguido, salieron a darle muerte, curaron a la mujer y celebraron. La historia es escenificada por la comparsa.
Una fiesta de humanos
No es faraónico como el Carnaval de Rio de Janeiro ni elegante como el de Colonia en Alemania. El Carnaval de La Habana es más bien intenso, con ritmos y movimientos que son frutos maduros del árbol genealógico africano.
Tampoco lleva máscaras. En los inicios de la revolución de Fidel Castro, en 1959, fueron prohibidas para evitar sabotajes de opositores disfrazados. La tradición se perdió.
Es callejero y hierve con el calor del verano caribeño. Está sazonado con cerveza, ron y hedores humanos que superan la capacidad de los baños públicos. Y con una alegría que, para ojos foráneos, podría ser exagerada si no fuese tan simple y auténtica.
La gente disfruta, filma con sus celulares, canta. Los bailarines lo entregan todo. Por momentos, sus movimientos parecen ser resultado de una posesión del mas allá.
La fiesta se apodera del tradicional Malecón. Se colocan tribunas en ambos lados de la vía y por el centro circulan carrozas, donde se montan los bailarines. Los parlantes emiten salsa, conga, rumba, pero también reguetón. Es el siglo XXI.
Claudia, de 53 años, viene de La Víbora, otrora barrio de clase media devenido popular. "Vengo al Carnaval, me gusta mucho, me divierto. Todos los cubanos lo esperan", dice.
Familias acompañan el recorrido de las carrozas y también esperan el baile de las comparsas. Además de El Alacrán están Los Guaracheros de Regla -la primera comparsa aparecida después de la revolución- y Las Voluminosas, integrada por gruesas mujeres, y otras varias.
500 años, nuevos tiempos
"El Alacrán es una comparsa de principios del siglo XX. Tenemos que mantener la tradición porque es la comparsa más vieja, la decana de La Habana", dice Santos Ramírez, Santi, 46 años, director de esta agrupación.
Conservan la esencia africana y representan a las deidades orishas del panteón Yoruba, como Yemayá, Obatalá y Changó. Las comparsas reciben apoyo estatal para sus indumentarias.
Santi heredó el mando tras la muerte de su padre. Antes la dirección la tuvo su abuelo y, antes todavía, su bisabuelo, miembro fundador de esta comparsa.
En aquella época los bailarines de El Alacrán eran blancos. El único negro era el bisabuelo de Santi. Por eso Tata Cuñengue se pinta el rostro como en sus inicios, para representar a los esclavos negros.
Ahora, la compañía de Santi tiene casi en su totalidad a afrocubanos. Y es consciente que tiene que adaptarse a los nuevos tiempos.
"El Carnaval se ha mantenido gracias a los habaneros (...) necesitamos rescatar a la juventud que ha perdido el entusiasmo a la Conga, a la comparsa y ha habido una intrusión del reguetón y otros géneros foráneos", detalla.
"Estamos llevando la comparsa al siglo XXI, más dinámica, más atractiva. Tengo muchachos jóvenes desde los 15 a los 35 años. El más viejo soy yo y Tata Cuñengue", explica Santi.
"Es una tradición para mí. Es una tradición familiar (...) La música, el ritmo, los bailes populares, esa tradición no se puede perder", dice la bailarina Esther de la Caridad, de 20 años.
El Tata, por su parte, está listo. ¿Qué espera de este carnaval? "Bailar y no hacer un papelazo (ridículo)", dice.