NUEVA YORK
Programa de intercambio de jeringas acoge a hispanos
Cristian Brito cayó en la heroína hace año y medio, después de haberse hecho adicto a los opioides para aliviar su dolor tras una caída en un avión mientras trabajaba como asistente de vuelo.
Cuando habla parece quedarse dormido, pero alza la cabeza de nuevo, sonríe, y sigue explicando.
“Yo quiero ser veterinario o doctor. Estoy estudiando”, explica el joven de 28 años, sentado en la caseta rodante de una organización que ofrece jeringas nuevas y asesoría médica a los neoyorquinos que consumen droga en el alto Manhattan.
El centro es una de las 14 organizaciones en Nueva York que ayuda de esta forma a los consumidores, además de ofrecerles contenedores limpios para calentar y mezclar la heroína, algodones y vendas.
Casi la mitad de los usuarios que acuden a estos centros son hispanos, anunció recientemente la ciudad, porque muchos se encuentran en barrios con alta concentración de latinos.
“Su ubicación se basa en la necesidad que hay”, explicó Denise Paone, directora de investigación y desarrollo para la Oficina de Prevención de Alcohol y Consumo de Drogas de la ciudad.
A pesar de que la venta y el consumo de drogas son ilegales en Estados Unidos, en la década de 1990 las autoridades estatales neoyorquinas aprobaron la creación de los programas de intercambio de jeringas para prevenir el contagio del virus VIH.
En esa época éste se propagaba en gran parte porque los consumidores de drogas compartían sus jeringas para inyectarse la droga.
Con el tiempo, los centros ampliaron sus servicios y además de asesorar y ayudar a los consumidores les hacen exámenes para detectar enfermedades como la hepatitis B o C.
En los últimos diez años estos centros, llamados en inglés Syringe Service Programs o SSPs, han pasado de distribuir 1,9 millones de jeringas estériles a 4,5 millones, señala la ciudad. Aun así son controvertidos: son ilegales en 23 estados del país.
Es difícil saber si el número de usuarios hispanos de los centros ha aumentado porque el sistema de registro de datos de los SSPs cambió hace un par de años y las cifras no están disponibles de manera inmediata, dijeron portavoces municipales.
Sin embargo, en un día cualquiera, decenas de hispanos entran y salen de las dos casetas rodantes que uno de estos centros, llamado Washington Heights Corner Project, tiene aparcadas cerca de un parque municipal en el barrio latino de Washington Heights. Algunos de los hispanos que entran tienen manchas en la piel; otros parecen indigentes.
Brito, de origen dominicano, tiene apariencia normal aunque se inyecta heroína en uno de los baños de una de las casetas.
A diferencia de otros SSPs, el Corner Project permite a los consumidores inyectarse ahí, algo que la ciudad no permite de manera oficial ni forma parte del programa municipal. En el mundo existen más de 100 centros de inyección supervisada de drogas. En Estados Unidos son ilegales, pero están en consideración en cinco ciudades, incluida Nueva York.
Para Brito, el Corner Project es una gran ayuda, explica. Los empleados del centro, de hecho, reavivaron al dominicano recientemente después de que éste sufriera una sobredosis en una de las casetas, dándole oxígeno y naloxona, una medicación usada para revertir los efectos de la sobredosis.
“Yo estoy vivo por ellos”, explica.
A pesar de que las cifras locales de muerte por sobredosis siguen dominadas por blancos y afroamericanos, los números entre latinos son altos: en Nueva York superaron levemente a los otros dos grupos en muerte por sobredosis de fentanilo en 2017, llegando a 14,7 muertes por cada 100.000 habitantes.
El fentanilo, considerado la droga más mortífera en Estados Unidos, es un opioide más potente que la morfina. Es un fármaco recetado para pacientes con dolores crónicos o intensos, especialmente después de una operación. En muchas ocasiones, acaba usándose de manera ilegal: cuando se tolera, el paciente desea consumir cada vez mayor cantidad para sentir sus efectos.
Más de dos tercios de las personas que acuden a los programas de intercambio de jeringas residen en barrios pobres. Washington Heights, uno de los epicentros de la droga en Nueva York, es uno de ellos.
Adrián Feliciano Jr, director de servicios de reducción de daño en el Corner Project, dice que una fundita de heroína en este barrio cuesta sólo cinco dólares mientras que en el resto de la ciudad cuesta el doble.
“Aquí la heroína buena no la encuentras. Cuando la droga llega aquí ya ha pasado por muchas manos”, dice Feliciano al explicar que muchas veces ya lleva fentanilo y es precisamente esa droga barata la que consumen los hispanos.
Según las autoridades estadounidenses, el fentanilo proviene, entre otros países, de China y México, desde donde es transportado por tierra y entra en cruces oficiales de la frontera.
En Nueva York, un 83% de las muertes por sobredosis entre hispanos en 2017 fueron de hombres. Entre las hispanas que consumen está Amanda Bonhomme, de 24 años y origen puertorriqueño, y quien lleva dos años aspirando polvo de heroína por la nariz.
En una de las casetas rodantes, dice que se siente a gusto, nadie la juzga y describe el ambiente “como una familia”.
¿Quiere intentar salir de la droga?
“Sí”, responde. “Algún día”.