TURISMO

Turistas captan una nueva visión del Quito histórico gracias a los ciegos

Fotografía del 28 de mayo del 2019, en Quito (Ecuador), donde se vé a Germán Fonseca quien explica la historia de la Plaza de la Independencia. EFE/José Jácome

Fotografía del 28 de mayo del 2019, en Quito (Ecuador), donde se vé a Germán Fonseca quien explica la historia de la Plaza de la Independencia. EFE/José Jácome

Ciegos por azares del destino, cinco guías turísticos ecuatorianos pasean a los visitantes del centro histórico por un Quito de experiencias sensoriales, una prueba de que la cultura no entiende de discapacidades y de que la mejor forma de ver no siempre es con los ojos.

Iglesias, museos, parques, restaurantes, hoteles, historias y leyendas, todos toman una nueva dimensión para el turista que, con los ojos vendados, atiende la explicación de los guías por algunos tramos del Quito colonial, reconocido por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

"No tenga miedo, camine, yo le voy a cuidar", dice el guía Germán Fonseca, bastón en mano, al turista que tiene los ojos tapados con un antifaz y que se sujeta al brazo del ciego como única fuente de seguridad mientras camina por las afueras del imponente palacio de Carondelet, sede del Ejecutivo nacional.

Con paso inseguro ante una nueva y momentánea realidad de tinieblas en pleno día, el turista palpa las paredes del palacio en una invitación del guía Fonseca a "sentir" la historia, a acariciar la cultura y despertar los sentidos.

"¿Cómo sintió a Carondelet?", pregunta el experto. "Áspero", responde el turista antes de que otro guía con discapacidad complete con picardía: "¡Áspero... como los presidentes!".

Tras una detallada explicación sobre el monumento histórico, el recorrido continúa entre el éxtasis turístico y la comprensión de lo poco amable que resultan la ciudad y los ciudadanos para las personas con discapacidad visual, en un país donde se calcula que existen cerca de 300.000 personas en esa situación.

Casi un año llevan los guías en la labor de ayudar al turista a descubrir Quito desde otros sentidos, considerando que el de la vista puede estar saturado por imágenes maquilladas, por muchos filtros, y que son más efectivos los "ojos del alma".

Prácticamente ciega a sus 55 años por una enfermedad degenerativa de la retina, María Fernanda San Andrés confiesa a Efe que espera que, con estos recorridos, los turistas se lleven una experiencia sensorial del Quito histórico, pero también "una nueva visión sobre la discapacidad".

La idea es que "más gente entienda que no somos el pobre cieguito sino que somos personas valiosas con mucho que ofrecer, que tenemos un gran bagaje cultural, académico, humano", recalca esta socióloga especialista en Educación Superior, con estudios en Alemania.

A diferencia de otros guías turísticos ciegos alrededor del mundo, los integrantes del grupo "Viviendo Quito con sentidos" han optado porque sea la otra parte de la población la que enfrente la discapacidad con ellos y, por eso, vendan los ojos a los visitantes en varios apartes del recorrido.

Y la realidad golpea con fuerza al turista que, antes de colocarse el antifaz, puede sentirse incómodo por el lento andar de los guías pero, una vez con los ojos tapados, llega incluso a pedirles que "no vayan tan rápido".

Los guías alimentan la imaginación del visitante "ciego" con relatos que incluyen diálogos y sonidos para teatralizar leyendas, así como aromas relacionados con sus historias.

Usan para ello rudimentarios artículos de los que pueden echar mano ante la falta de auspicio en una tarea cuesta arriba, pues hasta ahora no han cobrado por sus tours que, no obstante, son de un valor incalculable a tenor de la autoestima que les inculcan a ellos y del cambio de percepción hacia el discapacitado en la gente "regular".

"Los turistas tienen mucho miedo al principio, pero cuando terminan se dan cuenta de que los valientes somos nosotros", subraya San Andrés, una de las 25 personas con discapacidad que ha sido autorizada como guía en las diferentes facetas culturales de Quito, entre ellas, la gastronómica.

Y en esa línea, el turista de ojos vendados participa por primera vez del frío procedimiento para elaborar los tradicionales helados de paila, esos que antes le llegaban a la mesa sin más trámite que ordenar y de los que ahora tiene una nueva mirada, paradójicamente, sin ver.