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FÁBULAS EN ALTA VOZ

Saber administrar la beneficencia

Ayudar al prójimo para mí es el acto más noble que puede hacer una persona. Tristemente, la vida se ha vuelto tan compleja que, hasta eso hay que racionalizarlo. Suena crudo, pero es así. Antes de tener un gesto solidario con alguien hay que ver qué tan cierta es la necesidad que tenga esa persona.

En la ciudad fabulosa Negada a aceptar que esto es una realidad, me transporté a un lugar fabuloso donde todo marcha en armonía para cumplir con los preceptos divinos. Allí noté que cualquier persona merece de la caridad del otro. No importa lo mucho o lo poco que tenga, siempre se necesita de los demás.

La solidaridad Es la palabra clave que se utiliza en esa ciudad, donde la única forma que se usa para administrar la beneficencia es concretándola. No hay temor de haya gente engañando con niños enfermos o utilizando personas con discapacidad para pedir dinero. Quién necesita no tiene si quiera que solicitar ayuda, pues inmediatamente alguien se da cuenta de que el prójimo necesita su respaldo, se lo da sin mirar a quién.

Cero engaño Saben que Dios anota los puntos positivos a quienes ponen en práctica el bien, pero aún así, lo hacen con gusto, porque saben que quien recibe la ayuda también tiene un buen accionar. Los necesitados son incapaces de “estafar” la bondad de los hombres y las mujeres de bien, que se percatan del mal ajeno. El agradecimiento es la herramienta más poderosa que tienen para dar testimonio de que Dios existe y que su presencia llega a través de las buenas acciones de cada ser humano.

“Igual que aquí” Ufff, qué diferente a la realidad que vivimos en República Dominicana, donde a veces nos vemos obligados a “administrar la beneficencia” por temor a ser engañados. Aunque no es correcto que tomemos represalia al respecto, tenemos razón de sobra para actuar de esta manera, pues ya no es solo ver a alguien escondiendo una pierna para simular tener una discapacidad, sino que hay favores que han salido caros, como le pasó recientemente a una amiga, que bajó el cristal de su vehículo para darle unas monedas a una señora, y ésta le apuntó con un arma blanca y le dijo: “Dame la cartera y cállate o te callo yo”. No le quedó otra que dársela. Luego de esa experiencia me dijo que, jamás vuelve a hacer el bien.

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