Almuerzo en un bistró de Punta Cana

Hacia un local de dimensiones reducidas nos conduce, al abrirla, una puerta roja como entrada principal. Es el Isabella Steak & Bistro que funciona en el área de restaurantes del BlueMall de Punta Cana, aproximadamente a un kilómetro de Punta Cana Village. Hasta aquí me han traído a almorzar mi hijo Ángel y Rossy, su media naranja.

Dividido en dos áreas: la primera es la terraza cerrada, cuya pared a la derecha está totalmente cubierta por un mural de la firma mabishapes (murales personalizados); la segunda es el comedor en el cual, a mi izquierda, se levanta un mueble de madera. En lo alto dice: Bodega del Fin del Mundo, Patagonia Argentina. Las botellas de vino aquí están colocadas como mandan las reglas: acostadas. Mientras de pie, otros tipos de bebidas resaltan en su centro. Hacia un lado, la barra con sus taburetes negros.

Es domingo a mediodía en este mes de diciembre, pero por la hora y el día hay pocos parroquianos. Tal circunstancia me permite deambular junto a las mesas, observar los nichos con distintos detalles y acercarme a retratar lo que desde un principio ha llamado mi atención: el fuego flameante en un horno de leña.

Nos sentamos a una mesa cuyo tope, con mantelitos individuales negros y grises, reposa sobre la base de una sola pata al centro. Las servilletas son blancas de gran tamaño. Las cómodas sillas hacen juego tapizadas en color gris oscuro. Los camareros visten camisas grises de manga corta y pantalones negros. La ‘hostess’ que nos recibe va de negro. Quienes atienden a la mesa llevan corbata negra. Todo está en consonancia.

Para compartir pedimos foccacia al carbón hecha en casa, con berenjenas. La presentan en dos envases de tonalidad gris azulado. En uno, la crujiente masa de harina conocida por foccacia. En otro, la berenjena. Amén de ordenar provoleta porcini tomato sauce (salsa de queso, hongos y tomate), risotto funghi porcini (arroz con hongos) y como plato fuerte para Ángel y Rossy, la picaña con ensalada César, que por su servicio abundante alcanza para dos personas. (La picaña es un corte de carne que bien podría ser de punta de palomilla).

De mi parte, tras leer y releer la carta, me decanto por un plato de pasta que, por sus ingredientes, podría entrar en la calificación de comida fusión. Resulta apetecible y totalmente distinto a mi comida habitual: tortellini de chivo con crema de queso de cabra, hongos sautée, cilantro y cajuil. No me equivoqué. Hasta en la presentación es asunto especial: viene en una sartén con mango y en muchísima salsa. De bebida lo acompaño con vino tinto: un Woodbridge Cabernet Savignon. El sabor es exquisito hasta que, afrentoso, interrumpe mi degustación un pedacito de cartílago o de hueso. El no poder masticarlo impidió que lo tragara.

De postre, Ángel y Rossy comparten un fondant tres leches. ¡Luce rico! Romper la dieta por tema de salud me hace sentir remordimientos, pero como dice el refrán: De perdidos, al río. Y al río voy con un estupendo final: verrine de chocolate. Es un fondant de dulce de leche y chocolate. Este último es la base, mientras el relleno es el primero. ¿Es hecho en la casa?, pregunto antes de ordenarlo. El mozo contesta afirmativamente y heme aquí saboreando este postre que presentan en envase de cristal transparente con varios ingredientes que me han sido prohibidos. Pero es época navideña y en buena compañía. Hoy de dieta, ¡nada!