La imagen de la humildad

Como muchos dominicanos sensibles, he sufrido la tragedia de Polyplas como si me hubiese tocado de cerca. Y quizás sea así. Uno de mis compañeros de trabajo perdió a un pariente en la desgarradora explosión. Desde su ocurrencia el miércoles de la semana pasada, el hecho ha sido el tema obligado de todos los medios de comunicación, y por supuesto, de la población que sufre el dolor ajeno.

Con tristeza, también he visto actos que distan mucho de la definición de sensibilidad. Mientras varias familias lloran la pérdida de un ser querido, otros se preocupan por acicalarse, y construirle un monumento a la vanidad. Se creen que de verdad viven en una ciudad fabulosa, que en esta ocasión es distinta a la que nosotros nos transportamos. En esta la gente no llora porque hay que guardar la apariencia, no es fea, no muere... En fin, ven la vida de los demás como algo pueril. Solo la de ellos importa. La imagen de la humildad se debilita ante tanta soberbia, prepotencia, altanería y cuántos calificativos de endiosamiento puedan existir. Se acomodan en esta ciudad donde han fijado residencia junto a un reducido grupo de iguales a quienes en nada les afecta el mundo exterior. Viven “felices” en ese lugar donde reina la vanidad y se rinde tributo a la opulencia. No se detienen en el camino que recorren hacia el logro de poseer bienes, comodidades y poder. Desde su óptica son esos tres conceptos los que le dan sentido a la vida. Mientras más cosas materiales acumulan más cerca están de alcanzar su única meta en la vida: ser un todopoderoso. Y ante el desenvolvimiento equívoco de la gente que reside en esa ciudad fabulosa, yo de verdad no sé qué me provoca más tristeza: si el duelo de un hecho como el ocurrido en Polyplas o las miserias que arrastran quienes obvian las lágrimas, la desesperación y la angustia de familias que lloran la pérdida o desaparición de un ser querido. En lo que obtengo respuesta sobre esto, me detengo a observar, la imagen de la humildad.