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EN KENIA

Danza, música y educación: las armas más efectivas contra el VIH

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EFE Lucía Blanco GraciaAmsterdam

Los estudiantes de la escuela Kibera Hamlets en Nairobi, situada en uno de los mayores barrios de chabolas del mundo, esperan nerviosos y ataviados con exóticos trajes el aviso de su profesor para iniciar un espectáculo: danza y música que busca concienciar sobre el virus del sida (VIH).

En las entrañas de Kibera nació en 2004 este centro educativo para ofrecer a los niños del barrio no solo los conocimientos formales de cualquier escuela, sino también herramientas para combatir y gestionar una enfermedad que este sábado protagoniza el Día Mundial de Lucha contra el Sida.

En torno a un millón y medio de personas viven con VIH en Kenia y se estima que el sida es el causante del 29 % de las muertes de personas adultas en el país.

También es responsable del 20 % de la mortalidad materna y del 15 % de los fallecimientos de menores de 5 años, según datos de 2015 del programa nacional de VIH del Gobierno.

Los jóvenes son especialmente vulnerables a este virus: aunque el 64 % de personas que tienen VIH en Kenia acceden a tratamiento, este porcentaje disminuye hasta un 24 % en su caso, según ONUSIDA.

Al entrar en Kibera Hamlets nada hace pensar que, del total de 100 alumnos de este colorido centro, cuyas paredes lucen llenas de pinturas murales y pizarras, unos 45 tienen VIH.

El director del centro, John Adoli, explica a Efe que su objetivo es “comprometer a la sociedad y a los jóvenes a través de la poesía, la pintura y las artes en general, creando un espacio seguro donde puedan compartir su experiencia”.

Adoli fundó esta escuela para seguir con la labor iniciada por su madre en el orfanato infantil Fruitful Rescue Center, donde residen los niños más vulnerables de la escuela, cuyos padres murieron por causas diversas: desde el VIH hasta la violencia postelectoral desencadenada en el país en 2007.

Lona Madanyi, a quien todos llaman “Shosho” (abuela, en lengua kikuyu), decidió iniciar este proyecto para remediar la situación de los niños abandonados de Kibera que, ya sea por orfandad o por conflictos familiares, acaban vagando por las calles del suburbio.

“Algunos ahora han estudiado y se han casado, me hacen muy feliz cuando nos visitan”, comenta Shosho, sonriente.

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