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Destino

Salas, galerías, estancias… todo es arte

Mural. Incendio del Borgo, en las Estancias de Rafael. Diseño de Rafael realizado por sus discípulos.

Mural. Incendio del Borgo, en las Estancias de Rafael. Diseño de Rafael realizado por sus discípulos.

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Carmenchu BrusíloffSanto Domingo

Recorrer los Museos del Vaticano implica disfrutar a ratos de suficiente espacio hasta para tomar fotos o, por el contrario, encontrarse de buenas a primeras en medio de una muchedumbre que poco menos camina codo con codo. Entre esa masa de visitantes, que a veces entorpece la visión de las obras de arte, vamos mi hija Carmen, mi nieta Pamela y yo, con la guía Fabiana Panichella. Cuando uno va en un tour de agencia o contrata a un guía en privado son ellos quienes generalmente deciden, según el tiempo y la importancia de las exhibiciones, detenerse ante algunas.

Tras ver de lejos una pila bautismal, pasar junto a una bañera con bellísimos detalles esculpidos y seguir de largo por la Sala de los Animales nos internamos en la Sala de las Musas. Fabiana acota: “La palabra museo proviene de musas”. (Se origina en la palabra griega ‘muselon’, lugar dedicado a las musas: las nueve divinidades grecorromanas de las artes y las letras). Aún así, la escultura resaltante es el Torso del Belvedere, un fragmento de un desnudo masculino del siglo I a.C. Su autor, dice una placa, es ‘Apolonio, hijo de Néstor, ateniense’.

Cruzamos la Sala de la Rotonda, en cuyo centro resalta una pila decorativa de gran tamaño, y pasamos a la Sala a Croce Greca, que en un tiempo fue la entrada principal del Museo Clementino. Fabiana señala un par de sarcófagos hechos en piedra africana y una cratera para macerar. Al otro lado, la Gallería del Candelabri. Entre las bellas esculturas clásicas puedo acercarme a la que representa a Diana de la Abundancia o de Éfeso y a la de Clori, deportista. Abundan los candelabros. Por ellos toma su nombre la sala. Continuamos hasta la Galleria degli Arazzi o de los tapices, extendidos en los muros a uno y otro lado del ancho pasillo. En el techo son pinturas. Artísticos son por igual los dibujos que muestran todas las regiones del mundo en la Galería de los Mapas, un espacio de 120 metros de largo. En el techo son en alto relieve. “Aquí no hay ni un centímetro cuadrado que no esté decorado”, afirma la guía. En esta andadura de cuatro horas hemos dejado de lado varias áreas. Es que los Museos Vaticanos incluyen otros museos, como el Etrusco, del cual solo vimos la escalera que hacia él conduce. El tiempo que escogimos es el que manda. Tomamos por una especie de balcón para llegar a las Estancias de Rafael: Sala di Constantino, Stanza d’Eliodoro, Stanza della Segnatura y Stanza dell’Iincendio di Borgo. En un mueble con vitrina están todos los libros que tratan sobre la Inmaculada Concepción. Lo que fascina en estos espacios son, claro está, los maravillosos frescos casi todos pintados por Rafael. En mi embelesamiento prosigo de estancia en estancia sin saber cuál es cuál. Sólo soy consciente de aquella donde cansada me siento en un banco: Sala de Constantino, con su esplendoroso fresco Battaglia di Constantino contro Maxentius. En otra estancia se extiende su obra más renombrada: La Scuola di Atene. Impresionante.

Otro atractivo

Pese a tanta magnificencia artística nos falta el punto más famoso de los Museos Vaticanos, donde están prohibidas las fotos: la Capilla Sixtina, sede del cónclave para elegir al papa. En su techo, Miguel Ángel pintó unas trescientas figuras en varios temas, desde la creación del hombre. En el ábside, tras el altar, el Juicio Final escandalizó por sus desnudos, al punto de que fueron cubiertos. De quien más lo criticó, Biaggio de Cesena, Miguel Ángel pintó su rostro en la cara de Minos, rey del infierno, con orejas de burro. En los muros laterales hay obras de Boticelli, Perugino, Ghirlandaio, Pinturicchio y Signorelli. Lamentablemente, nada se ve con detalle, pues la gente entra sin parar, como si alguien gritara “¡caben todos!”. Por suerte la visité en 1995, cuando había menos gente y más espacio para observar. Ahora es casi necesario buscar las imágenes en libros. De pronto, se presenta un sacerdote. Dice unas palabras y da la bendición. No estaba en el programa, pero no es de extrañar, estamos en una capilla: la Capilla Sixtina.

Pila. En el centro de la Sala Rotonda, una pila decorativa.

Fragmento de un desnudo masculino del siglo I a. C: El Torso del Belvedere.

Escalera. Hacia el Museo Etrusco, en los Museos Vaticanos.

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