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COSAS DE DIOS

No le simpatizo

Cuando me mira tengo la impresión de que acabo de romper la pieza principal de una vajilla costosa. Me observa de frente, como si intentara taladrarme, o hace una mueca de disgusto, mueve los ojos hacia arriba, a la derecha, y arquea la ceja izquierda, mientras, con la boca, forma un piquito rodeado de pliegues diminutos. Es una señora entrada en años, no sé cuántos. Tengo la sospecha de que se hizo vieja antes de envejecer. Nada avejenta más que no ser feliz y creo que esta señora no lo es.

Pocas veces la he visto sonreír y esto ante personas contadas. Por lo general, gente que se le parece, y a quienes saluda con un afecto casi normal, lo cual me asombra. Porque, la mayoría de las veces, su semblante adusto intimida.

Cierta ocasión, se me ocurrió dirigirle la palabra, la verdad, no lo pensé mucho, ella cruzaba por mi lado, y me respondió con una hostilidad que raya en la grosería. Recordé, entonces, que me odia. Aunque era la primera vez que conversábamos. Aun así, se hace evidente que yo, y muchos otros, no le simpatizamos. Una pena. Porque me he enterado de que es cristiana.

Ella ha recibido la buena nueva de la existencia de Dios, ese que nos llama a amar al prójimo. Supe que le sirve con entrega, pero sin alegría. Ni una gota. Cuando la miro, pienso en las caras de vinagre de las que habló el Papa Francisco, a quien yo, en ese momento critiqué por su falta de misericordia. “Hay que ver cómo trabajan y viven muchas monjas para querer, además, que anden sonrientes siempre”, dije.

Ahora, resulta que, por la misma razón, la mala cara, reconozco que juzgo a esta señora porque no transmite esa paz inexplicable ante las adversidades ni la seguridad de quien cuenta con un Dios en cuyas manos están sus problemas. No parece tener la certeza de que Dios convierte todo en un activo a su favor, que le ayudará a crecer, a caminar hacia su destino final que es encontrarse con Él.

Esta señora, y su semblante triste, contradicen lo que pregona la fe en la que parece creer a rajatabla. Una fe que compartimos aunque no le simpatizo. Lástima, porque somos hermanas en Cristo y yo soy ese prójimo a quien su Dios, que es el mío, la manda amar como a sí misma. Quizás ahí esté el problema y sea a ella, y la persona que es, a quien menos aprecia, solo cuando se ame, podrá tolerar a los demás.Incluso, a mí.

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