Destino
En Ávila primera parada: una cervecería
¿Podemos ir a Ávila?, pregunta mi hija Carmen mientras armamos viaje a España este verano. Desde Madrid son solo 113 kilómetros de distancia: una hora y media de trayecto. Y el 25 de junio estamos en la estación de Chamartín, para abordar a las 11:00 de la mañana un tren de media distancia hacia la ciudad de Santa Teresa. La ida y vuelta por adulto nos cuesta 19.60 euros (unos 1,076 pesos dominicanos). Es clase Única. No tiene ni primera ni turista. Son asientos asignados, así que los pido ‘de cara a la marcha’. Es que muchos trenes tienen vagones con algunos asientos donde el viajero va de espaldas y en esos me mareo.
Nuestra parada es intermedia, por lo cual vamos contando cada otra parada, ya que en ellas sólo dan un minuto para bajar o subir. Toca a los pasajeros presionar el botón verde para abrir la puerta. Tan pronto el tren reduce velocidad, quienes hasta Ávila llegamos nos dirigimos de inmediato a la puerta más cercana y esperamos de pie a que se detenga por completo. Hay que bajar con rapidez, pero me tomo mi tiempo. No me quiero caer.
En el andén de la estación nos recibe una familia dominicana que vive en esta ciudad: Martín Rosario, su esposa e hija. Luego de caminar corto trecho por la calle doblamos a la izquierda, pasamos junto a la Ermita del Santísimo Cristo de la Luz para seguir hasta la Cervecería-bar La Barraca. Es un agradable local de esquina, con un despliegue increíble de botellas de cerveza. ‘Más de doscientas marcas’, dice la empleada. ¡Uao! ¿Será cierto? Hay también otras bebidas.
A Carmen le sugieren probar la cerveza belga Kwak, por la originalidad del vaso y su respectiva base de madera. Han sido especialmente diseñados para esta marca: el fondo del vaso es totalmente redondo. Para mantenerse parado necesita de esta base que muchos, asiéndola por el mango, la utilizan también para degustar la cerveza. Por las formas del excepcional conjunto dan la impresión de elementos de laboratorio. En vista de que no tengo ni sed ni hambre al momento, me dedico a mirar la decoración, sobre todo los vitrales de diversos tamaños con ambientes alegóricos a la ciudad. Lo que me parece cierta falta de respeto, aunque sin pasarse de la raya, son las botellas de bebidas alcohólicas junto a un vitral de reducido tamaño con la imagen de la Santa. Da la impresión de que reemplazan a los habituales velones de iglesia. No debe asombrarme. Estoy en una cervecería-bar.
Ya es más de la 1:00 de la tarde, y para acompañar la cerveza, Carmen pide una tortilla de patatas (papas) con espinaca. Yo quiero almorzar. Necesito energizarme para recorrer la ciudad amurallada bajo un sol de fuego. Martín me guía hasta la inmensa plaza Santa Teresa, donde hay varios locales de comida. Hacia este espacio se encuentra una de las entradas de la muralla. A ella hemos de encaminarnos más tarde. Por no seguir andando entro a Barbacana Restaurante. Se proyecta con platos españoles y tapas con carne a la piedra. Mas no comeré a la carta, sino del menú del día.
Lo ofrecen ‘únicamente a mediodía de lunes a viernes no festivos’. Cuesta 9.80 euros (unos 599 pesos dominicanos). Hoy es lunes. ¡Qué suerte! De primer plato elijo Ensalada de queso, membrillo y cherry. ¡Deliciosa! De segundo, la camarera me recomienda Estofado de ternera. No le hago caso, lamentablemente. Ordeno Filete de ternera de Ávila con patatas, una copa de vino de la tierra y postre (pido Cremoso de limón y yogurt con leche condensada). La ternera, que a mi entender no tiene nada especial de sabor, me la presentan demasiado roja. ¿Pueden cocinarla algo más?, pregunto. Metí la pata. Quedó dura, como suela de zapato. Justo al pedir la cuenta lo que escucho me deja de una pieza. En la mesa de al lado la señora se queja asustada. Ha encontrado un tornillo en su vaso. ‘Creía que era hielo’. Por suerte no se lo llevó a la boca. ¡No quiero imaginar qué podría haber pasado! Y yo de testigo...