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COSAS DE DIOS

Dormidos

Los padres nos sentimos tan confiados cuando nuestros hijos están en la casa, que nos quedamos dormidos. Los dejamos en sus habitaciones montados en un cohete que puede llevarlos a cualquier lugar del mundo y ponerlos en contacto con personas perversas y degeneradas. Con sádicos que les enseñan a autoagredirse. Con pederastas que seducen menores les piden imágenes y los chantajean. Con drogadictos que promocionan las sustancias alucinógenas como si fueran la panacea para todos los problemas. Con ateos que les meten en la cabeza que Dios es un inventos, que Jesús fue un hombre común, que las iglesias son para los tontos. Ese cohete al alcance de nuestros hijos es la autopista más peligrosa, el barrio más oscuro, la cueva más llena de amenazas que existe en el mundo, hablo de la Internet.

Nosotros, los padres de adolescentes y adultos jóvenes, crecimos en una época en que el hogar era un lugar seguro, a prueba de tentaciones y malas influencias. Si un amiguito representaba una mala compañía, nuestra madre lo miraba de arriba abajo, y decía: “esa amistad no te conviene”. Manteníamos alejada, con excusas, a esa persona que podría influenciarnos de manera negativa, y ya. Si no salíamos, si no atravesábamos la puerta, los padres respiraban tranquilos. Mi mamá, por ejemplo, permanecía despierta hasta que regresábamos de pasear y, entonces, cerraba la casa, se acostaba y a los cinco minutos estaba profundamente dormida, en paz, porque sus hijas, sin lugar a dudas, dormíamos igual que ella. Ahora es diferente.

El mundo actual no nos deja tregua para dormirnos aunque nuestros hijos estén en casa. Mientras descansamos, confiados, dejando abierta la puerta hacia todo lo bueno y malo que existe en la sociedad moderna, localizable en la Internet, un día, nuestros niños o adolescentes pueden hacer contacto con alguien que los transforme, que cambie su manera de pensar. Que afecte su comportamiento. Que los incline hacia posiciones que nosotros nunca asumiríamos. Gente desconocida, en la sombra, cuyos rostros y nombres ignoramos. Con las que pueden hacer contacto en esa cantidad enorme de sitios donde conversan individuos de distintos países que empiezan hablándoles de videos juegos y terminan incitándolos a la homosexualidad, a producirse cortes o al suicidio.

Ese contacto ocurre en un segundo, cualquier día, tiempo de sobra tienen porque muchos de nuestros hijos pasan horas ante la pantalla de un computador o de un teléfono, en sus cuartos, tranquilos, decimos nosotros. Nos quedamos dormidos, de tan confiados, mientras los perdemos, con las mismas consecuencias que si los hubiésemos dejado solos, en medio de la noche, en el barrio más peligroso del mundo.

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