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COSAS DE DIOS

La monja que baila y la mayoría

Ya me iba. Pero me detuve para tomar una foto, en una esquina, detrás del escenario. El instinto periodístico me hizo parar en seco, saqué el celular para atrapar aquel momento. Así capté a una monja joven, novicia supongo, junto a un grupo de muchachos y muchachas de su edad, bailando reggaetón, con gracia y destreza.

Sentí que aquel instante particular resumía la alegría que invadió la plazoleta, frente al Congreso Nacional, el pasado domingo, donde miles de católicos y evangélicos se reunieron para proclamar que la vida de un niño es tan valiosa como la de su madre, que debemos defender, con uñas y dientes, esas dos vidas.

Las fotos de aquella tarde, como la que yo tomé, hablan con elocuencia. Describiré algunas. La cabeza de la Iglesia Católica en República Dominicana, monseñor Francisco Ozoria, aparece sentado, con todas sus galas de arzobispo, junto al presidente del Consejo de Unidad Evangélica, pastor Fidel Lorenzo Merán, quien lleva un sombrero de vaquero y ropa de calle. A su vez, en otra foto, el padre Catalino Tejada, vicario de la Pastoral Familia y Vida del Arzobispado, quien tuvo a su cargo la organización de la actividad, sin sotana y con su pañoleta azul, levanta los brazos en alto, con una sonrisa que no le cabe en la cara, junto a un letrero que dice “Salvemos las dos vidas”.

Y hay montones de imágenes de la multitud. De padres con sus hijos en cochecitos, de jóvenes con sus cabelleras rebeldes, pantalones desgastados y rotos y señoras con elegantes sombreros o vestidas con extrema humildad. Y todos sonrientes, cantando, aplaudiendo, felices, incluso cuando empezó a llover. O silenciosos, atentos, conmovidos, al escuchar los testimonios de parejas que escogieron dejar nacer a sus hijos, pese a los peores augurios médicos, y Dios les regaló el milagro de que fueran perfectos. Y los casos de niños que, pese a tener una condición, o por ella misma, han sido ángeles para sus familias.

En la manifestación concierto “República Dominicana Unida, salvemos las dos vidas”, hubo políticos, curas y pastores, pero pocos discursos. El arzobispo y el pastor Merán fueron breves y coincidieron, como todos los allí reunidos, en un punto innegociable: matar no es un derecho, a lo que todos tenemos derecho, sin excepción, es a la vida.

Como dije, cuando me iba, encontré a la monja bailando reggaetón, luego, la multitud, guiada por artistas cristianos, hizo una coreografía en un momento que, en el autobús, de regreso a la parroquia El Buen Pastor, alguien calificó como apoteósico. Esa palabra define todo lo ocurrido esa tarde en que no hubo dudas sobre lo que piensa, en este país, la mayoría. Y, en una democracia, es la mayoría quien tiene la última palabra, de hecho, ella elige a quienes la dirigen, les recuerdo.

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