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El acoso sexual es una forma de violencia

La ley lo define como “toda orden, amenaza, constreñimiento u ofrecimiento destinado a obtener favores de naturaleza sexual, realizado por una persona (hombre o mujer) que abusa de la autoridad que le confieren sus funciones”. Pero el acoso sexual lo pueden cometer individuos con puestos similares al de la víctima e, incluso, con un rango menor.

Hubo una época en que para P.B. el trabajo era una fuente de ansiedad y molestia. Y no precisamente por las tareas que tenía asignadas o por los compañeros que le habían tocado. “Tenía un jefe que me interceptaba en los pasillos, me asediaba con palabras no directas pero sí insinuantes, con gestos, apretones o pellizcos...”, cuenta la mujer sobre las insinuaciones sexuales de uno de sus superiores.

“Un día -prosigue-, para que no me siguiera molestando, yo le dije: ‘Búsqueme 200,000 pesos para echarle plato a mi casa’, a lo que él me respondió que estaba muy caro, pero eso me sirvió para que no me molestara más. Después de eso el trato como jefe cambió: me abochornaba por todo. Era una situación muy incómoda”.

Más de una se sentirá identificada con la historia de P.B. Ella fue víctima de acoso sexual, un problema que ha centrado el debate público internacional desde que se destaparan, en octubre del 2017, las acusaciones de abuso contra el productor cinematográfico estadounidense Harvey Weinstein. El escándalo impulsó en las redes sociales un movimiento que invitaba a las mujeres a compartir sus historias de hostigamiento utilizando la etiqueta #MeToo (#YoTambién).

Por primera vez miles de mujeres rompieron el silencio y hablaron públicamente y sin vergüenza sobre el acoso sexual. Aquellos que no se habían dado por enterados, en especial hombres, cayeron en la cuenta de que comportamientos que consideraban inocentes no lo eran tanto y que el problema era mucho más común de lo que creían.

Cómo y dónde puede darse el acoso sexual

La ley 24-97 sobre Violencia Intrafamiliar define el acoso sexual como “toda orden, amenaza, constreñimiento u ofrecimiento destinado a obtener favores de naturaleza sexual, realizado por una persona (hombre o mujer) que abusa de la autoridad que le confieren sus funciones”.

De ahí que exista la creencia de que quien comete acoso sexual se encuentra siempre en posición de autoridad frente a su víctima.

“Eso es parte de los mitos que se han construido en torno al acoso sexual”, aclara Zobeyda Cepeda, abogada e integrante del Foro Feminista Magaly Pineda.

El acoso sexual lo pueden cometer individuos con puestos similares al de la víctima e, incluso, con un rango jerárquico menor dentro de la institución. Mientras más informal el ambiente, más riesgo de que se asuma como algo normal.

Debido a que el fenómeno comenzó a estudiarse en la década de 1970 a raíz de la inserción de un mayor número de mujeres en espacios laborales fuera del hogar, predomina también la idea de que el acoso ocurre únicamente en el ámbito de trabajo. Sin embargo, este tiene lugar en otros espacios: en la escuela, en la calle, en las plazas, en equipos deportivos, en congregaciones religiosas, en programas de televisión...

“Como es una forma de expresión de poder de la masculinidad, donde haya hombres y mujeres va a estar el acoso sexual”, dice Cepeda.

Desiree del Rosario, directora académica del Centro de Estudios de Género del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (CEG-Intec), corrobora esta opinión.

Investigadores han llegado a asegurar que el acoso sexual surge como un mecanismo del “machismo hegemónico” para hacer de los espacios públicos ambientes hostiles para las mujeres.

“Aunque mucha gente pensaría que eso es una exageración”, expresa del Rosario, “realmente eso sigue siendo de esa manera; los hombres creen que las mujeres están en un espacio que les tocaría a ellos, que es el mundo público”.

Mujeres, las más afectadas por el acoso sexual

Sí, los hombres sufren acoso (podrían no denunciarlo por temor a que se cuestione su masculinidad) y las mujeres no siempre ocupan el lugar de víctimas. No obstante, investigaciones internacionales y la experiencia cotidiana indican que ellas lo padecen con mayor frecuencia.

Por eso el acoso sexual se considera una forma de violencia machista y se fundamenta en la superioridad que la sociedad le atribuye al sexo masculino.

“El acoso sexual no es más que otra expresión de la que se valen los hombres para demostrar su poder, su hombría, a sí mismos o a otros”, comenta Cepeda.

Los estereotipos ayudan a perpetuar este tipo de conductas. Los hombres -y muchas mujeres- justifican ciertas formas de asedio usando como argumento la concepción social sobre lo que significa ser hombre o mujer. Se dice, por ejemplo, que el varón debe tomar la iniciativa mientras la mujer asume un rol pasivo, o que el varón no puede refrenar sus instintos sexuales mientras que a la mujer le gusta provocar.

Aparte de normalizar o naturalizar la conducta del acosador, prejuicios de esta índole liberan de sanción al victimario y contribuyen a que la afectada desarrolle un sentimiento de culpa.

Que se resigne a que los varones (conocidos o no) le hagan insinuaciones sexuales o comentarios sobre ciertas partes de su cuerpo no significa que a una mujer le agrade ser reducida al rol de objeto de placer, asegura del Rosario. Las miles y miles de historias compartidas a raíz del movimiento #MeToo lo demuestran.

Para muestra un episodio relatado por R.A.: “Siendo yo de unos 20 años, a tres cuadras de mi casa vivía un hombre casado y con tres hijos. Para salir a hacer diligencias fuera de mi barrio tenía que pasar frente a su colmado. Un día me llamó y comenzó a piropearme y cada vez que me veía me vociferaba cosas. Un día yo iba caminando y él apareció detrás de mí y hacía sonidos desagradables; sentí que me llenaba de asco y desesperación y que me estallaría la cabeza; me detuve y le grité: '¡Ya!’. Hasta ese día lo hizo”.

Mas no todas tienen la asertividad de poner un alto al acosador, como lo hizo R.A., quien asegura haber vivido experiencias similares en la universidad y en una congregación religiosa. De hecho, muchas mujeres desconocen que son víctimas de acoso sexual y que esta práctica, al menos en ciertos contextos, está penada por ley.

“Si es una mujer escindida en sus niveles de autonomía no va a identificar claramente el acoso y puede caer en trampas de dependencia como dejarse acosar para mantener su trabajo, por ejemplo”, indica Cepeda. “Son hilos bien delicados”.

¿Galanteo?

Acoso no equivale a galanteo. En esto coinciden las psicólogas Berenice Pacheco-Salazar y Lisanna Pérez Estévez.

En el acercamiento con fines románticos tiene que haber consenso y respeto. “Está basado en el interés por conocer a la otra persona, es decir, sus gustos, cualidades, personalidad, estilo de vida, entre otras cosas, lo cual se hace desde una postura de respeto e igualdad, donde ambos se sienten cómodos con el nivel de cercanía que manejen”, explica Pérez Estévez, terapeuta del Patronato de Ayuda a Casos de Mujeres Maltratadas (PACAM).

El acoso, en cambio, se define porque a la persona que lo sufre le desagradan las acciones o palabras del acosador o porque, aunque la víctima exprese su negativa e incomodidad, este insiste en molestarla.

Esta clase de hostigamiento siempre tiene una connotación sexual implícita o explícita.

“La connotación sexual del acoso se puede expresar a través de las palabras, del tono, de la intención y de la expresión corporal”, expone Pacheco-Salazar, docente investigadora del Intec.

Más allá de la sensación de disgusto, humillación e intimidación que provoca, el hostigamiento tiene consecuencias de mayor gravedad, y en esto también coinciden las profesionales de la conducta: afecta la calidad de vida de la víctima.

Consecuencias del acoso sexual

El acoso sexual, perpetrado de forma insistente y por un período prolongado, deja secuelas económicas, psicológicas, físicas y hasta sociales.

La persona acosada en el trabajo corre el riesgo de perder su empleo, ya sea por una baja en su productividad (de donde se deduce que incluso la institución sale de algún modo afectada) o porque prefiere renunciar antes que enfrentar a quien la asedia o perder su dignidad. Sus posibilidades de acceder a nuevas o mejores oportunidades se ven, de ese modo, limitadas.

Visto así, opina del Rosario, se trata de una violación al derecho al trabajo. “El acoso genera un ambiente hostil y las personas no son capaces de producir en un ambiente que les genera intranquilidad -argumenta-. Y no hace nada con que tengamos leyes que digan que, si tú como trabajadora estás siendo acosada, puedes dimitir, porque al final estás perdiendo tu trabajo”.

En un país donde un gran número de hogares lo encabeza mujeres, este problema atenta contra la libertad financiera de ellas y, al mismo tiempo, contra el bienestar de sus familias.

En el ámbito académico la joven a la que un profesor le haga insinuaciones sexuales podría desistir de permanecer en las aulas y retrasar su educación formal.

Las consecuencias psicológicas, según Pacheco-Salazar y Pérez Estévez, incluyen inseguridad, miedo, estrés, ansiedad, baja autoestima, desánimo, ira, desmotivación, sentimientos de culpa, impotencia e indefensión.

¿Qué pasa a nivel físico? La víctima puede manifestar síntomas psicosomáticos como sudoración en las manos, dolor de cabeza, cambios en el apetito, fatiga e insomnio.

Algunas mujeres sufren aislamiento o deterioro en la relación con sus compañeros, especialmente si se deciden a denunciar el acoso, un paso que, sin embargo, muy pocas se atreven a dar.