Ecuador
Diablos abren el año bailando en una gran fiesta
Los diablos parecen caer en trance en la población andina de Píllaro cuando escuchan las notas lanzadas al aire por trompetas, saxofones y el bombo: saltan, bailan, se retuercen, se incorporan como posesos y, a medida que progresa la música, ejecutan nuevos pasos.
Cuando los músicos hacen una pausa, enseguida gritan “¡banda!” y emiten sonidos guturales. Nada detiene esta fiesta pagana, que desafía al fervor católico de la mayor parte de los ecuatorianos, entre el 1 y 6 de enero.
Los diablos bajan bailando desde cerros cercanos, con lluvia o con sol, por caminos o minúsculas vías. Los hay viejos y jóvenes, y no faltan los niños de apenas cuatro o cinco años que ejecutan los complicados pasos de baile.
Las partidas de diablos no buscan a los pecadores para cobrarles cuentas, sino que ellos propician la fiesta y la algarabía a pesar de que llevan espantosas máscaras, todas con cuernos retorcidos: unos pequeños, otros medianos y los menos enormes. Hay caretas de tan solo un kilogramo, pero hay otras que superan los 40 kilos de peso.
“Este año me gasté 750 dólares en esta máscara que mide más de dos metros. Pesa siquiera unos 50 kilos; no cualquiera puede llevar un peso así encima de la cabeza y bailar, pero es mi gusto y así he de seguir mientras Dios me dé salud y vida”, dijo Carlos Álvarez Chicaiza, de 26 años, a The Associated Press.
Hay artesanos que se especializan en crear las monstruosas máscaras, otros las heredaron de abuelos o padres y muchos se toman meses para elaborarlas. Los diablos visten pantalón negro, camisa roja y suelen usar capa negra con filos y adornos dorados. Todos tienen en sus manos un látigo con el que abren paso a la comparsa.
Aunque hay muchas versiones de cómo empezó esta fiesta, María Álvarez, de 56 años, organizadora de una de las partidas de diablos, aseguró a la AP que la tradición empezó hace más de 80 años cuando los jóvenes de una comunidad querían enamorar o llevarse a las chicas de otra población.
Al principio las diferencias terminaban en peleas y en agresiones con heridos, hasta que los muchachos decidieron disfrazarse de diablos para espantar a los vengativos familiares.
Parece que esta versión es la más acertada, porque en la presentación de cada grupo los diablos cuidan a las parejas que siempre van al centro, mientras las guarichas _mujeres de vida alegre_ dan vueltas llevando muñecos que simulan ser sus hijos para coquetear con los hombres del público, a quienes reclaman su presunta paternidad.
La famosa Diablada de Píllaro provoca un fenómeno en el que casi toda la población se vuelca a las calles alrededor del diabólico desfile, mientras miles de turistas aplauden y se mueven al compás de la música, siempre acompañada de mucha comida y alcohol.
“Cuando llega finales de diciembre es como si el cuerpo pidiera baile y disfraz; se siente como una corriente eléctrica en el cuerpo esperando que llegue enero para empezar a bailar con los amigos, los amigos que son unos verdaderos diablos”, añadió riendo a carcajadas Ramiro Toapanta, uno de los miles de diablos que durante seis u ocho horas bailan sin cesar por seis días.