SOCIEDAD
Botánicos, ¿una especie en extinción?
PESE A SER UNO DE LOS OFICIOS MÁS ADMIRADOS, EL EJERCICIO DE LA BOTÁNICA EN RD NO OFRECE INCENTIVOS SUFICIENTES PARA INSPIRAR A FUTUROS PROFESIONALES
En el trabajo de campo de un oficio que consideran una vocación sacerdotal, los botánicos se exponen a peligrosas caídas, a largos períodos de frío, a caminatas agotadoras, a picaduras de animales y a enfermedades que llegan con la inseguridad alimentaria y las afecciones causadas por el corte de miles de muestras que pasarán a formar parte del archivo florístico de la nación.
Pese a ello, los botánicos dominicanos se sienten orgullosos de su ocupación y la disfrutan con una pasión admirable. Porque este esfuerzo es coronado con la satisfacción de descubrir nuevas especies, con el prestigio que da la aparición de sus nombres en los atlas internacionales, con las publicaciones que les confirman como grandes investigadores y con el entusiasmo que les provoca hacer ciencia y contribuir al desarrollo del país. Estas satisfacciones, sin embargo, no son suficientes para arrastrar al campo y a los laboratorios a nuevos profesionales. Por eso, los biólogos botánicos que trabajan en el Jardín Botánico Nacional (JBN) y el presidente de la Academia de Ciencias de República Dominicana, el también botánico Milcíades Mejía, piden a las autoridades más incentivos para que el ejercicio de la botánica se convierta en una carrera atractiva y no desaparezca. Ricardo García, Brígido Peguero, Natalia Ruiz, Rosa Rodríguez, Alberto Veloz, Teodoro Clase, Dalia Jones, Francisco Jiménez Rodríguez y Milcíades Mejía analizaron en un encuentro con Listín Diario los principales obstáculos que impiden que la plantilla de profesionales aumente. Primero, dice Ricardo García, director del JBN, urge promover la formación de botánicos de profesión porque los formados en el área que ejercen en el país no pasan de 10.
Más biólogos La carrera base de la botánica es la licenciatura en Biología, que localmente solo la ofrece la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Como antes no existía la biología pura, del estudio de las plantas se encargaban los médicos, agrónomos o naturistas, como fue el caso del profesor Eugenio de Jesús Marcano, explica García. “Pero ya hoy, en este mundo especializado, un botánico tiene que ser un profesional formado”, puntualiza. ¿Desde cuándo se forman biólogos en República Dominicana? “A partir de 1966, después del movimiento reformador, vienen algunos profesores graduados como Idelisa Bonnelly de Calventi, el profesor Rogelio Lamarche Soto, que era médico; el profesor Eugenio de Jesús Marcano, el mismo Rafael Moscoso, que tenía una historia ya de escribir y de dar clases”, responde Milcíades Mejía. La primera generación de biólogos puros salió en 1967 y con ella las exposiciones y el entusiasmo de la gente por todo lo relacionado con la biología, agrega. “Yo recuerdo, cuando escogí Biología, que uno de los compañeros me dijo ‘te vas a morir de hambre’. Pero se acababa de abrir el Museo del Hombre, la Plaza de la Cultura. Luego se agregaron en los años 70 el Zoológico y el Botánico y se abrieron las oportunidades para los biólogos, que antes estudiaban prácticamente para dar clases”, recuerda Mejía.
Percepción negativa En República Dominicana no hay escuela de Botánica. Luego de concluir la licenciatura en Biología, los nuevos profesionales que deseen dedicarse a estudiar las plantas deben especializarse en el extranjero. Dado que muy pocos lo hacen, ¿por qué no resulta atractiva esta carrera para los estudiantes y profesionales dominicanos? Milcíades Mejía señala que, según resultados de investigaciones realizadas, la percepción que tienen los estudiantes de bachillerato sobre los hombres de ciencia es muy negativa. “El Estado no protege a sus científicos. Tenemos miembros prominentes en la Academia de Ciencias que agotan su última etapa, que dieron toda la vida por la ciencia, y nadie quiere ya sus servicios. No son paradigma para la juventud. Y ese aspecto tiene que revertirse. Hay que invertir más en ciencia, hay que promover a los científicos como gente de valía. Hay que promover que sin un desarrollo científico y tecnológico los países no van a superar la pobreza, y eso solamente se logra gracias en parte al descubrimiento, a las investigaciones, a ese tipo de cosas que no se están valorando”. Los botánicos, señala, son una especie que está en peligro de extinción. Aunque tal vez no tanto, observa. “Aquí hay tres jóvenes que son parte del relevo y los que ya tenemos cana vamos cediendo el paso y transmitiéndoles lo que hemos aprendido”. Las jóvenes del relevo a las que hace referencia son Rosa Rodríguez, Natalia Ruiz (ambas formadas en botánica y con nueve y seis años, respectivamente, laborando en el JBN) y Dalia Jones, la única estudiante de término de la licenciatura en Biología que ha mostrado interés por la botánica y que labora desde 2012 como asistente en el herbario del JBN. Natalia Ruiz dice que la carrera de Biología es pequeña y esto desmotiva a los estudiantes. “No hay tantos estudiantes como para crear menciones. Nos encontrábamos con problemas para abrir una materia porque se requería un mínimo de cinco estudiantes y a veces hasta conseguirlos daba trabajo”.
Obstáculos Ricardo García habla de salud y seguridad cuando se refiere a los principales retos que enfrentan los botánicos locales para ejercer su labor. “Cada uno expone su vida cuando realiza investigaciones. En el área de campo, los viáticos no alcanzan ni para alojarse en un hotel. Aquí en cualquier hotelito tienes que pagar 2,000 pesos por noche, cuando para dieta disponemos apenas de 1,300 para dormir, comer, para todo. Eso significa que el botánico que está realizando una investigación de campo tiene que alimentarse en cualquier fritura, pues no pueden alojarse para dormir en lugares con condiciones y a veces deben coincidir en hotelitos para trabajadoras sexuales, porque no tiene otra alternativa. Anteriormente, usábamos las casas de campaña, pero ya eso no es posible por cuestiones de seguridad, y porque nos exponemos a muchas enfermedades”. A esto añade el tema del salario, que ronda los 15,000 y los 30,000 pesos mensuales, cifras que no resultan atractivas para los nuevos profesionales. Para subsistir, muchos botánicos combinan el trabajo de campo con la docencia.
“Pero además, cuando por razones de salud no pueden producir, ¿con qué van a vivir? Por eso debe ser una cuestión de Estado apoyar a los botánicos y a todos sus científicos, que haya para ellos exención de impuestos, facilidades para obtener una vivienda y para proteger la salud”.
Espacio para trabajar Esta situación de los botánicos en República Dominicana contrasta con el hecho de que los biólogos son cada vez mejor valorados y pagados en el mundo. “Y se entiende. Con los temas del calentamiento global, de las amenazas a la biodiversidad, la alimentación y la medicina, se necesitan recursos humanos como el de los biólogos. Y en un país como este, con 6,100 especies de plantas, tienes que desarrollar un recurso humano que sea capaz de aprovechar y conservar al máximo ese recurso, y eso le corresponde al biólogo botánico”.
Y resulta, comenta, que el país requiere de personal especializado en el área, sobre todo ahora que se realiza un inventario forestal.
La mayoría de los botánicos trabaja en el JBN y como docentes en la UASD. Si el país contara con 100 botánicos, hay espacios donde colocarlos entre la docencia, la capacitación, las investigaciones y los estudios de impacto ambientales, señala García. Un lugar de trabajo debería ser el Ministerio de Medio Ambiente, expresa, especialmente en las áreas protegidas.
“Como podemos les damos el servicio. Cuando hay que hacer un inventario de un área protegida deben participar botánicos nuestros. La ley 64-00 establece que en todo proyecto que vaya a tocar un área donde hay vegetación tiene que hacerse una caracterización e inventario de la flora. Por el tema de la alta diversidad que tenemos aquí, en cualquier espacio hay 100 y 200 especies y solamente puede identificarlas un botánico de formación”.
Agrega que en muchos países los encargados de las áreas protegidas, lo que se llaman biólogos residentes, son botánicos formados.
“En República Dominicana estamos lejos de conseguirlo”, se queja.
No es solo bregar con matas Esa indiferencia hacia el trabajo del botánico, asegura García, se debe a que hay un desconocimiento del valor de la ciencia en término general y un atraso “que se refleja incluso en la mayoría de la gente que nos dirige”.
“Si le preguntas a muchos de los altos directivos de este país sobre el valor de un biólogo, sobre la incidencia de un biólogo en la desarrollo de un país, verás que no tienen concepto de lo que eso significa; sin embargo, si le preguntas a un estadounidense o a un europeo y a otros de países que se están desarrollando, estos saben que es una plataforma de desarrollo”. Quizá por eso a los botánicos les molesta que la gente crea que solo ‘bregan’ con matas, cuando la realidad es que se dan alianzas muy interesantes entre el médico farmacólogo, el químico, el botánico y los agrónomos.
Francisco Jiménez, por ejemplo, destaca la labor del botánico en temas relacionados con las plantas ornamentales, la horticultura, el paisajismo y la medicina.
“Brígido (Peguero) está envuelto en un proyecto sobre los principios activos de plantas para medicina y ahí entra el botánico. Cuando se descubre un principio activo nuevo, que deriva de un medicamento que se patentiza, hablamos de millones de beneficiados, y eso no sucede todos los días. El botánico es una pieza clave en eso y el país tiene potencial en esas investigaciones”. El botánico, sigue García, no es un científico solamente de pasión, sino que tiene una incidencia social y hace falta, ahora, hacer conciencia de ello, darle su espacio y valorarlo.
Brígido Peguero comenta al respecto que no se trata de que vean al botánico como si estuviera mendigando, que no es el caso.
Encargado de investigación y taxonomía en el JBN, Peguero considera que la botánica, como cualquier ciencia biológica, no se estudia para tener conocimientos generales.
“La biología cada vez tiene mayor aplicación y eso es precisamente lo que no se reconoce en el país. Por eso los biólogos tomamos la carrera como un asunto de vocación sacerdotal. La gente no se ha dado cuenta del potencial de nuestras plantas. Este país tiene una de las mayores riquezas maderables del mundo. El potencial enorme que tiene la flora nuestra -la fauna también- ha sido desconocida por la gente porque no se valora lo que nosotros hacemos, porque la gente entiende que esto no tiene ninguna importancia y que los recursos deben ir a obras públicas”, apunta.
Antes, dice Peguero, muchos estudiaban Biología porque a los dos años les daban un certificado de técnico y podían dar clases, que era lo que más se hacía, o se empleaban en la Secretaría de Agricultura.
“¿Por qué decimos que es una vocación sacerdotal? Precisamente porque simplemente se nos veía como clasificadores de cangrejitos y de matas. Era muy interesante. Cuando uno se ponía a hablar de términos científicos, por ejemplo, eso era como una entretención para la gente y aquello parecería un hobby. Nosotros hemos tomado esta carrera como una vocación sacerdotal y está lo que decía Ricardo sobre el trabajo en el campo. Una cosa es ir al pico Duarte de paseo, como alpinista, y otra cosa es ir a trabajar. El asunto es precisamente la falta de interés, la falta de una política hacia los investigadores. Digo esto porque no se ha entendido que la ciencia, en este caso las ciencias biológicas, son un motor del desarrollo de los países”. Poca inversión A Milcíades Mejía le duele, además, que las noticias de ciencias pasen desapercibidas. “El doctor Pedro Troncoso Sánchez, que fue el presidente de la Academia de Ciencias en 1974, en su discurso de aceptación, cuando se estaba conformando la academia, decía: ‘En un país donde el farandulero tiene más renombre que un científico, es muy difícil hacer ciencia’. Y así ha sido”.
Expresa que si se busca la inversión en ciencias en diferentes países, veremos que en América Latina los países subdesarrollados apenas invierten entre .35 y .60 del PIB en ciencias, mientras en aquellos países que están repuntando la inversión supera el 1.5% del PIB. “En un país como el nuestro, donde la inversión en ciencias anda por el .35% del PIB, no puede avanzar la ciencia”, dice.
De todas formas, reconoce que el apoyo que las instituciones empresariales e industriales están dando a la ciencia es muy bueno.
Jiménez agrega que ese presupuesto se distribuye entre todas las instituciones que trabajan con proyectos científicos.
“El Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (Mescyt) está haciendo un esfuerzo, promoviendo proyectos, pero no están llegando todavía a donde deben llegar. Lo que se les da a estas instituciones es para subsistir”.
Motivación ¿Qué hacen, pues, los docentes y los botánicos para promover la profesión? “Somos unos enamorados de esto -responde García-. Para promover lo que hacemos damos charlas, hablamos maravillas de la carrera de Biología; nos satisface todo lo que hacemos, pero de allá para acá, cuando el estudiante se da cuenta de que los botánicos no tienen una seguridad médica especial, que no tienen garantías cuando llegan a la vejez, que comen mal y viven mal, entonces no se motivan a estudiar”.
Este ejemplo lo viven actualmente en el caso de Teodoro Clase, que padece de una hernia en el hueso de la cadera debido a las tandas caídas que ha sufrido durante las investigaciones de campo. Clase ha dedicado más de 20 años a la ciencia, ha recopilado más de 15,000 muestras científicas para la colección de referencia del JB y ha descubierto nuevas especies. El único apoyo recibido ha sido el de sus compañeros.
“Hay dolencias relacionadas con el tipo de actividad que hacemos. En los años 80 y 90 fuimos muy activos en el campo, colectando muestras. Colectamos más de 50,000 muestras y esa es la base de la colección del Botánico. Algunos terminamos con problemas del túnel carpiano, un problema que no hemos superado, generado por el corte y pegado de miles de plantas. Como no hay garantías de la salud ni seguridad, eso desmotiva a los quieren ser botánicos”, sostiene García.
El relevo Rosa, Natalia y Dalia sabían de las precariedades que les esperaban antes de decidirse por la botánica. ¿Por qué continuaron?
“Me interesaba la Biología, pero entendía que no era una opción aquí. Entonces empecé a estudiar Medicina. Pero llegó un punto en que eso no era lo que yo quería y finamente me cambié. Hay momentos en los que una piensa como que ciertamente es verdad, que no terminaremos siendo ricas, pero aparte de las limitaciones económicas, aquí estamos. Rosa y yo llegamos con una maestría y después de eso una se siente como que todavía no se puede independizar, que hay que seguir estudiando, hacer un doctorado aunque al regreso quizá simplemente nos ofrezcan 10,000 pesos más. Pero está la parte del trabajo: hay mucho trabajo que hacer y esa es la parte que nos motiva”, comparte Natalia.
Rosa, en cambio, sí sabía desde pequeña que se iba a dedicar a la Biología. “Mi papá me dijo que no estudiara eso, que él no la iba a pagar, y yo le dije que qué bueno porque la carrera era gratis, entonces; apenas pagaba 35 pesos por semestre, para Bienestar Estudiantil”.
Mantener el entusiasmo Rosa ya tiene nueve años trabajando en el JB; Natalia, seis. Comenzaron, al igual que Julia, siendo estudiantes de término. Rosa comenta que, aunque hay clases de botánica en la carrera, “al llegar aquí es que realmente una se forma”.
“Entré como asistente del herbario. Luego comencé a trabajar con las plantas en el campo, a viajar, y al año de estar aquí me gradué”.
Ya con maestrías en su perfil, ambas tienen la vista puesta en el doctorado.
“En esta época hay que hacer el doctorado, aunque al volver una se encuentre con la realidad de que no vas a tener la retribución económica que el trabajo requiere. Como investigador uno no solamente aporta al país; cada publicación que hacemos va al mundo entero”, opina Natalia. La preparación es algo que las mismas instituciones te van exigiendo, agrega Rosa. “Para aplicar a los proyectos del Fondo Nacional de Innovación y Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondocyt), que son proyectos para investigación y desarrollo, tienes que tener una maestría y más adelante un doctorado”.
Y, según explica Natalia: “Si quieres aplicar a fondos extranjeros también hay otros requisitos, lo mismo que para colaborar con otras instituciones de fuera. Una trabaja aquí pero tiene que seguir cumpliendo con esos otros requisitos que hay en el resto del mundo, aunque aquí no tengan el mismo valor”.
Dalia es asistente en el herbario, trabajo que realiza desde el 2012. Ha participado en muchos viajes y proyectos.
Natalia trabaja en el herbario y hace además taxonomía. “Aquí hacemos de todo un poco porque somos muy pocos, pero en la medida en que nos vamos especializando, que contemos con personal especializado, iremos segregando las áreas y nos complementamos uno al otro”. De acuerdo con García, el trabajo que se realiza en el JBN goza de tanto prestigio fuera del país que hay muchos científicos extranjeros, de los más altos niveles, con los ojos puestos en él. “El trabajo que hace el JBN tiene una valoración fuera mucho más alta que lo que se le otorga en el país y por eso recibimos muchas ofertas. Pudiéramos estar en otros países, mejor pagados, pero decidimos trabajar aquí”.
En la reunión con Listín Diario, todos los botánicos destacaron el trabajo que realizan las biólogas botánicas Jacqueline Salazar y Ángela Guerrero, docentes en la UASD, quienes no pudieron participar en el encuentro.