COSAS DE DUENDES
Mis duendes crecieron
Mi hijo menor tiene doce años. Pero lo seguía viendo como al bebé que llegó de último y acaparó los mimos y la simpatía de todos. Hasta ayer, me parecía un niñito y lo mismo ocurría con sus compañeros de clases. Los he visto crecer, están juntos desde primero de básica, así que los conocí cuando tenían seis o siete años. Para mí, son los mismos niñitos de siempre. Pero, como dije, ayer aprendí que el asunto ha cambiado. Su colegio celebró el sacramento de “La Confirmación”. Los preparativos habían clavado una espinita en mi orgullo de madre. Jorge los resolvió solo. Incluso, escogió a su madrina. Aunque la elección fue perfecta, noté que ya no soy imprescindible. Al llegar a la iglesia, también me chocó escuchar que cuando el sacerdote se dirigía a los futuros confirmados en la fe les llamaba “jóvenes”. Esto ocurrió durante el ensayo, antes de que entrara el Cardenal, que fue quien los confirmó. Yo decía para mis adentros: “No son jóvenes, son niños”. Entonces, vi desfilar a Mauricio, cabeza a cabeza con su papá. Noté que ya son idénticos. Luego, un joven espigado y serio, cuya estatura sobrepasaba la nariz de su madrina, me sonrió. Era Víctor, el mejor amigo de Jorgito. Están iguales, calculé observándolos, Jorgito también me llega a la altura de los ojos. Luego, mi hijo se levantó y caminó hasta el altar, donde, como sus compañeros, debía pronunciar dos frases. El obispo decía: “Te regalo el Espíritu Santo” y ellos respondían, “Amén”. Luego, tras “La paz esté contigo”, la respuesta era “Y con tu espíritu”. En el turno de Jorgito me sorprendió aquella voz en el micrófono que se parecía más a la de un tío suyo que a la de mi niño. “Le está cambiando la voz”, pensé. Observé el mismo detalle en sus amiguitos. Tras el ensayo, Jorgito volvió al asiento. En ese momento, una niña preciosa le cruzó por el frente y lo vi seguirla con la mirada hasta su destino. “Así que ya mira a las niñas”, me dije. Y cuando en el almuerzo comentó sobre las noticias que ha leído sobre el Papa Francisco, lo escuché con el respeto que merece la opinión de un joven. En fin, escribí esta columna a solicitud de una lectora que echa de menos las historias de mis niños duendes. Lo que sucede, querida, como puedes ver en este artículo, es que ya mis duendes crecieron. Y lo digo con mucha nostalgia.