ORIENTACIÓN
El español, lengua de cultura y de porvenir
Ernesto Sábato aseguraba que la lengua es un complejo fenómeno realizado por todos –pueblo, corte, universidad, periodismo, literatura- de manera que nadie puede regirlo por sí solo, siendo la resultante de fuerzas que actúan anárquica y simultáneamente. Muy extendido al tiempo que sorprendentemente homogéneo, pese al dictum de Sábato, el español es el decantado histórico de una profunda tradición compartida y construida por todos los iberoamericanos, que se proyecta irresistiblemente hacia el futuro. Los últimos datos publicados por el Instituto Cervantes, a principios de 2013, no pueden ser más alentadores: con más de 495 millones de hispanófonos a lo largo y ancho del orbe, el español es la segunda lengua con mayor número de nativos tras el mandarín, el segundo idioma de comunicación internacional y la segunda lengua más estudiada del mundo, en ambos casos tras el inglés, y la tercera más utilizada en Internet. Si el aumento de hispanohablantes sigue la progresión actual, el Instituto Cervantes calcula que en 2030 un 7.5% de la población mundial hablará nuestro idioma. La progresión del español como segunda lengua en los Estados Unidos es bien indicativa de estas tendencias. Sólo en España, el valor económico del castellano está cifrado en más del 15% de su PIB. Se ha calculado que compartir el español aumenta un 290% el comercio bilateral entre los países hispanohablantes. Y se estima que unos 18 millones de personas, ahora mismo, están aprendiendo nuestro idioma. El número de turistas idiomáticos que llegan a España para aprender español ha crecido, desde el 2000 hasta el 2007, un 137,6%. A ello hay que añadir la tradicional presencia del español como una de las principales lenguas, tanto oficiales como de trabajo, de la mayor parte de las Organizaciones Internacionales del planeta, empezando por el Sistema de Naciones Unidas. Más allá de lo estadístico, hablar español implica el orgullo, a la vez íntimo y público, de pertenecer a una comunidad plural con vocación global. Tal como escribió Carlos Fuentes nuestro privilegio, nuestra personalidad iberoamericana, es indígena, mulata, mestiza, y, a través de Iberia, mediterránea, griega, latina, árabe, judía, cristiana y laica. De hecho, el primer gran elemento de mestizaje es el propio idioma español, crisol de todas esas influencias históricas y humanas. El español, carente de centro neurálgico, demográficamente más lengua americana que europea, no sólo designa un pluriverso cultural, sino que está designado, a su vez, por él. La pluralidad nace de los orígenes. El propio Quijote, ¿lo escribe Miguel de Cervantes Saavedra en español o acaso lo transcribe del árabe de Cide Hamete Benengeli? ¿O no lo escribió de veras Pierre Ménard para demostrar que Cervantes era un autor sobrepasado por la historia? Ahora bien, ¿Pierre Ménard no es una creación de Jorge Luis Borges, que a veces era otro y a veces era el mismo? Como Don Quijote de la Mancha y su peregrinaje histórico, nuestro idioma es una sucesión y un dédalo de espejos, al que interrogamos, que se interroga, y que nos interroga, ofreciéndonos un cauce incesante de extraordinaria riqueza. La lengua española es un vehículo continuo, nunca exclusivo, de identificación y acercamiento entre los iberoamericanos. El español posee la exigente obligación de relacionarse estrechamente con toda la miríada de los idiomas iberoamericanos, cada uno portador a cuestas de su cosmovisión, para continuar la forja de un mundo que se basa en el lenguaje y lo rebasa, y en el que, parafraseando a Fuentes, confluyen y se concitan lo afroamericano y lo caribeño de la mano de Alejo Carpentier y sus reinos de otro mundo, de Wilfredo Lam o de Jaime Colson, en el que se siente la palpitante presencia de lo indoamericano en las páginas del guatemalteco Miguel Angel Asturias, y en que se alza también lo euroamericano y lo iberoeuropeo con sólo abrir un libro de Julio Cortázar o contemplar un edificio de Antoni Gaudí o una talla de Francisco Salcillo. Un mundo múltiple y complejo y aún así fácilmente identificable, enérgico y vital, en permanente diálogo consigo mismo y con los demás, a través de los años y los siglos. Un mundo, en suma, nuestro. Desde José Echegaray en 1904 hasta Mario Vargas Llosa en 2010, once iberoamericanos han recibido el Premio Nobel de Literatura, En este Siglo XXI, la consolidación internacional del español como la lengua de prestigio que reconocemos en todos los ámbitos de la cultura, incluyendo la ciencia y la tecnología, constituirá un impulso de primera magnitud para el progreso iberoamericano. De igual manera, el crecimiento de Iberoamérica será esencial para agrandar internacionalmente al español. Sigamos trabajando para ello.