¿QUIÉN ESTÁ EDUCANDO AL PUEBLO?
‘Una voz grita en el desierto’
“Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos” (Is 40, 1-11). Hoy es el segundo domingo de Adviento. Coinciden las lecturas con las mismas que utilizó fray Antón de Montesino, de la comunidad de los frailes dominicos bajo la dirección de fray Pedro de Córdova, en diciembre del 1511. Eso es lo grande de la unidad de nuestra Iglesia. A través de los años, continúa la misión que el mismo Jesucristo le encomendó: “Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda creatura”(Mc 16, 15). Montesino se consideró en ese momento “la voz que clama en ese desierto de esta isla, y conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis”. Les recriminó la crueldad y tiranía con que trataban a “esas inocentes gentes”. Sin embargo, cuenta el Padre Las Casas, que los oyentes del sermón no aceptaron la enseñanza ni el llamado. Igual que en los días de hoy, que son pocos los que desean escuchar “la voz que grita en el desierto”, por nuestras intransigencias, por nuestras barrabasadas y aberraciones, por nuestro falso orgullo, por nuestra incoherencia para vivir esa misma fe de Jesucristo, que hemos dicho que reconocemos, pero, que poco damos testimonio de ella. Lo que está en la base del sermón es la dignidad de la persona humana. Pero, qué poco estamos haciendo para promover la dignidad de la persona humana, en nuestros ambientes. Nos estamos convirtiendo en simples animalitos, viviendo según los instintos y no con el carácter y la voluntad de los Hijos de Dios. Seguimos siendo esclavos de nuestras pasiones. El que había de venir ya está aquí y se nos han allanado los caminos. Es una pena que todavía no nos hemos dado cuenta. Ya Dios ha perdonado a Su Pueblo, y nosotros seguimos como si estuviéramos en el Antiguo Testamento. No hemos reconocido al Mesías. El Gran Liberador. ¡Cuándo iremos a darnos cuenta de que el Señor nos ha liberado, y debemos vivir con la libertad de los Hijos de Dios. Gracias que Dios tiene mucha paciencia con nosotros. El sigue esperando nuestra conversión. ¿Por qué se nos hace tan difícil comprender la revelación del Señor? ¿Será que “nosotros, los cristianos, no revelamos, más bien velamos el rostro del Señor al mundo?” (Gaudium et Spes No 19). ¿Qué hacemos para allanar los caminos del Señor en este mundo?