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La tan necesaria revolución alimentaria

WWW.ELMUNDO.ES.- En una visita a Tucumán, durante la hambruna del 2003, acompañé al ingeniero agrónomo Cristián Méndez en un recorrido por las poblaciones más afectadas. Había centenares de adultos y niños famélicos haciendo cola frente a los comedores de emergencia. Méndez recogió allí un puñado de tierra y con sólo palparla y olerla determinó que ese suelo estaba compuesto de humus, una sustancia rica en componentes orgánicos. El terreno donde estaba emplazado el comedor, así como muchos de los barrios de chabolas en esa provincia norteña, era apto para todo tipo de cultivos. Con un poco de iniciativa y un mínimo de inversión, se podía convertir esos baldíos en un vergel. Un estudio de la Oficina de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) señala que la desnutrición afecta a un 10% de los latinoamericanos: 55 millones de personas, de las cuales más de la mitad son niños, no consumen la cantidad de calorías suficientes para poder estudiar o trabajar. Los gobiernos de la región son muy poco creativos a la hora de justificar lo injustificable. “Estamos empeñados hasta las cejas con el Fondo Monetario Internacional (FMI)”; “Los cultivos de soja, en manos privadas, ocupan las tierras productivas”. Desafortunadamente para ellos, una mujer empeñosa, la brasileña Clara Brandao, ha demostrado que el hambre en nuestros países no es un castigo divino ni forma parte de una conspiración de la CIA. En la cocina de su casa, la nutricionista y pediatra preparó un compuesto de cereales, vegetales y cáscaras de huevo trituradas. Probó la receta en trece jardines infantiles de Santarem, una ciudad del estado amazónico de Pará. En cinco meses, los niños que padecía raquitismo, aumentaron considerablemente de peso y de estatura.

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