FÁBULAS EN ALTA VOZ
Silencio ‘sepulcral’
Sólo el reloj biológico que tiene Francisco puede despertarlo de sus dulces sueños. Donde vive junto a su familia, no se escucha ni el sonido de los pajaritos. Éstos tienen su hábitat un tanto retirado de la casa del bienaventurado. Cuando desea oírlos llega hasta el lugar a disfrutarlos junto a la naturaleza que adorna su entorno. En cualquier espacio de su casa se puede dormir, como se diría en buen dominicano, “a patas sueltas”. Nada molesta. No se pasean como “Pedro por su casa” los ruidosos motoristas de los colmados con sus motores sin mofles, como tampoco pasan los verduleros vociferando “aguacate, cereza...”, o el panadero, todos ofertando sus productos. En fin, la tranquilidad es la reina del sector donde reside Francisco. Los vehículos tienen un mínimo de velocidad para transitar por sus calles. No hay muros que los obligue, pues todos saben las reglas y las cumplen. La decencia entre los vecinos se mantiene. Ninguno hace nada para molestar al otro. Allí todos apuestan a un silencio sepulcral, puesto que saben que éste no atenta contra la salud, no incita a la violencia y, lo mejor, atrae la paz y la tranquilidad. Eso sí, el lugar no es buena plaza para los otorrinos. Muy pocos tienen problemas audtivos, salvo los casos aislados que pueden surgir por causas muy ajenas al ruido. La palabra colmadón allí no se menciona y, si de algún modo la usan, es para nombrar un colmado grande, jamás un popurrí de corrupción, en el cual convergen música al máximo volumen, “canciones” con palabras obscenas, ingesta de alcohol, y quién sabe cuántas cosas más. Ah, y por si fuera poco, también son una especie de pasarela para competir cuál está más desvestida. La definición es para que en la comunidad donde reside Francisco aprendan sobre este punto por si algún día se le ocurre visitar un país llamado República Dominicana, donde la palabra silencio es la que no se conoce. Aquí, no importa en qué sector se viva, es común amanecer “pito a pito”, pues cuando no es la bulla del colmadón de la esquina o la que le pone el vecino al lado, hasta un juego de dominó que le instale un vecino en la cabecera de su cama, se encarga de estropearle el sagrado descanso de la noche. Y lo grande es que el problema no es lo peor, sino la búsqueda de solución, pues cuando luego de “cuchumil” llamadas logra comunicarse con alguien del Departamento de Control de Ruidos, son tantas las vueltas que les dan al asunto que la persona amanece con los ojos duros y termina durmiéndose en el trabajo. Y hay que recomendarle a Francisco que ni se le ocurra mediar con los que ocasionan los ruidos porque no sólo lo mandarán al d..., sino que puede que hasta le saquen una pistola y le restrieguen en la cara la forma en la que sobornan a a las autoridades. Así que es mejor que se quede en su fabuloso sector.