VIVENCIAS
Una niña se enfrenta a la difícil vida en Gaza sólo con la fuerza de sus pies
Gaza.- Aya Masud nació hace nueve años en la franja de Gaza sin brazos pero su deficiencia no la ha impedido llevar una vida normal gracias a su capacidad para hacer con los pies lo que el resto hace con las manos. "Mis brazos están en el paraíso", explica a Efe con una suave y tímida sonrisa, "hago todo usando mis piernas y mis pies, por lo que rara vez pido ayuda". Aya estudia en la escuela elemental Asmaa, situada en Sheij Arduán, un barrio del norte de la ciudad de Gaza donde abundan los simpatizantes del movimiento islamista Hamás. Allí, cada mañana, compra en la cantina un sandwich que come con los pies, enfundada en el uniforme negro y blanco del centro. "Me he acostumbrado a mi vida; ni siquiera pido ayuda cuando voy al lavabo. Sólo lo hago a veces para llevar la mochila", señala. En clase de matemáticas, cuando el resto de alumnos levanta sus manos, Aya alza una de sus piernas para mostrar que conoce el resultado de una operación. Tras responder a la profesora, vuelve a sentarse en su pupitre, que es más bajo que los habituales para que pueda abrir sus libros y escribir con los pies. "Su nivel es más que bueno, de hecho es muy bueno", explica la directora del colegio, Sana Zaqut, quien ha seguido la trayectoria de la pequeña desde que comenzó sus estudios hace cuatro años. Zaqut se ha dado cuenta últimamente, sin embargo, de que la chica "se cansa a veces porque depende completamente de sus piernas para todo". La dinámica Aya nació sin brazos en 1999 en una familia de siete hijos, una media de fecundidad normal en la super-poblada franja de Gaza, de diez kilómetros de ancho por cuarenta de largo y donde viven millón y medio de personas. Aya quiere ser de mayor profesora, un sueño que la anima a trabajar duro y seguir adelante, pese a su minusvalía. "Adoro a mi maestra de religión, la señora Nariman. Es increíble, con una gran personalidad y por eso quiero ser como ella", explica. Pero el camino no siempre ha sido fácil hasta ahora para sus padres, que tuvieron que cambiar su modo de vida para que su hija se sintiese querida y aceptada por los demás. "Nuestra vida era sólo pasarlo bien, pero cuando tuvimos a Aya todo cambió. Nos enseñó a ser realistas, responsables y a acercarnos a Dios", explica su progenitor, Wael, harto del interés de la prensa por su hija. Desde entonces, "nos hemos centrado en educar a Aya y hacerla sentir que todo era normal", apunta Wael, quien perdió su trabajo en 2003, cuando Israel redujo el número de permisos de trabajo a obreros palestinos en su territorio. Wael guarda un cierto resentimiento porque las organizaciones de ayuda, "que hay muchas en Gaza", no hayan ofrecido ayuda ni cuidado a su hija. Por su parte, la psicóloga del colegio -que pidió conservar el anonimato- destaca la voluntad de la joven y subraya que, desde el inicio del año escolar, apenas ha pasado tres veces por su despacho "para quejarse de molestias normales que le causaron sus compañeros de aula", mientras que "los estudiantes ordinarios vienen mucho más". Piensa que Aya no necesita ayuda psicológica pero sí tratamiento médico avanzado, difícil de conseguir en Gaza, cuyas fronteras con Israel y Egipto están cerradas desde que Hamás tomó el control de la franja en junio de 2007. "Hemos empezado a descubrir que tiene algo que afecta las funciones de sus órganos internos", apunta con preocupación.