COSAS DE DUENDES
De mi bolsillo
La noche del pasado lunes, un senador se encontraba en la discoteca Jet Set acompañado por cuatro bellas jóvenes, con apariencia de modelos. El senador estaba alegre, divertido y disfrutando el momento en grande. Celebraba la ocasión con costosas botellas de champaña que llamaban la atención de los allí presentes. En el mismo lugar, un funcionario que dirige una entidad estatal, encabezaba otra divertida mesa en la que compartían una doce de personas. Entre los ciudadanos de a pie, que le observaban, surgió la pregunta de si ese concurrido y, por lo tanto, costoso compartir, lo estaría pagando el Estado. Yo me pregunté lo mismo mirando el pasado domingo las joyas de la esposa de un influyente funcionario que junto a su marido, hijas, hijastros y niñeras ocupaban también una mesa muy llamativa en el restaurante Pelícano, junto a la playa de Boca Chica. Aunque esta señora no hubiese sido la pareja de una figura pública, estoy segura de que habría llamado la atención de los demás clientes, pues, su apariencia era tan modesta como la de un letrero lumínico. De su cuello colgaba un collar espectacular, con varias vueltas, trabajado en materiales del mar y metales preciosos como oro y plata. Este collar, cuyo costo en el mercado local, créame, anda entre los siete y los diez mil pesos, era suficiente para que cualquie ra se sintiera adornado. Pero esta señora no. En la mano derecha lucía dos pulseras de oro y un anillo colocado en el dedo del corazón pero con una piedra marina tan grande que cubría el dedo índice y el anular. En la mano izquierda, llevaba un Rolex Presidente de oro. Sí, uno de los modelos más costosos de esta marca de lujo. Usted dirá que los tres: el senador, el funcionario y la esposa del funcionario, tienen el derecho de hacer lo que quieran y que esto no implica, necesariamente, que el dinero que paga sus lujos sea de origen dudoso. Eso es cierto. Además créame que no considero más dignas las fortunas que acumulan empresarios millonarios gracias a que estafan a sus empleados con el Seguro Social; cobran a sus clientes un dineral por comida de baja calidad, medicamentos falsificados y mercancía sobrevaluada o roban al Estado impuestos, como el ITBIS. Tampoco satanizo al legislador, el funcionario y la esposa del funcionario como si ellos fueran los malos de una película llena de buenos. No, de hecho, una de las razones por las que no menciono sus nombres es porque sé que representan sólo piezas de una camada que pertenece a una cultura, la cultura de la ostentación y la impunidad. Aquí no basta con llenarse los bolsillos, hay que mostrar que te los llenaste. Como nadie pide cuentas, la gente que tiene acceso a fondos públicos no se ve forzada a mostrar modestia alguna. Pero, pese a ello, creo que deben andarse con más cuidado porque no saben quién los mira cuando hacen gala de su bonanza. Yo, por ejemplo, no pude evadir la desagradable sensación de que algunas de las joyas de la adornada esposa del funcionario se habían pagado con dinero salido de mi bolsillo y estuve muy tentada a decírselo.