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MEMORIAS DE VIAJES

La rúa Augusta une en Lisboa dos plazas

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Carmenchu BrusíloffSanto Domingo

Son las 2:00 de la tarde cuando el tour por Lisboa termina en la Plaza del Comercio, llamada antes Terreiro do Paco, debido al palacio real que antes del terremoto de 1755 aquí se levantaba. Construida de cara al río Tajo a mediados del siglo XVIII, es la mayor de las muchas plazas en la capital portuguesa, y en ella todo atrae la mirada: las arcadas, las fachadas de estilo clásico de sus edificios y el majestuoso Arco de Triunfo en estilo neoclásico. En las calles que la rodean se detienen los buses. También los modernos tranvías que conducen hacia lo alto de las colinas de Alfama. Pero yo tomo por la calle peatonal Augusta, donde abundan pintores de calle, puestos al aire libre, comercios de reducido tamaño, variopintos viandantes, y parroquianos de cafés y bares sentados al exterior. La vía, trazada en línea recta, desemboca en la céntrica PraÁa Rossio, cuyo nombre oficial es sin embargo Dom Pedro IV, el primer emperador de Brasil, de quien en su centro se levanta un monumento. A uno y otro lado, dos fuentes de hierro en estilo barroco. Hacia el amplio y animado espacio, que bajo una temperatura fría refleja el soleado cielo azul de primavera, converge aunque no directamente la preciosa fachada con arcos moriscos del centenario edificio que aloja la estación de Rossio. En su interior no hay nada que, como turista, me pueda apetecer. Y en un país cuyo idioma me resulta de difícil comprensión, por mucho que su escrito se parezca al español, ni se me ocurre montar en el metro. Otros hermosos edificios, en el estilo portugués denominado pombalino, rodean la plaza en este barrio de La Baixa. Sobresale un palacio de estilo neoclásico donde funciona el Teatro Nacional Dona Maria II, donde con una estatua se rinde honor a quien fue su creador: el dramaturgo Gil Vicente. Lugareños y turistas se vuelcan hacia este centro neurálgico, a distintas horas y con distintos motivos. Unos para tomar el tren. Otros, el bus. Bastantes para trabajar en oficinas o comercios. Y muchos para beber o comer en alguno de los numerosos locales de comidas y bebidas asentados en torno a la Plaza de Rossio. En mi caso, voy a tomar un bus, para luego caminar hasta cansarme, e irme entonces en taxi hacia el hotel Roma en la calle de igual nombre, donde me alojo. En él se hospedan vacacionistas, como yo, aunque en los alrededores no hay atractivo turístico alguno, salvo relativamente cerca la Plaza de Toros.

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