MIS APORTES
¿Eres tú como Tomás?
Valiente apóstol, famoso por su incredulidad, al expresarse en los Evangelios: “Los otros discípulos le dijeron: Hemos visto al Señor” pero él contestó: Hasta que no vea la marca de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré”. Juan 20-25 ¿Esta expresión de desconfianza, no te parece familiar? A mi me remota un ser humano muy herido y descorazonado, que no quiere creer en milagros ilógicos. Que su mejor amigo, su mentor, su guía, su hermano, su padre, ha muerto asesinado. De una manera vil y despiadada. ¿Como un ser tan especial, que sólo vino a este mundo a enseñar, curar, salvar, vencer, iluminar es muerto como un vil asesino? Además de estos sentimientos de dolor, también me parece que le sobrevienen sentimientos de culpabilidad: ¿Por que no lo defendí? ¿Porque no fue a mí? Hubiera muerto yo, en su lugar. Tomás, estuvo en esos momentos, preso de un dolor inimaginable, donde mezclas de sentimientos ruines y amargos empañaron su fe. Aquella hermosa fe que otrora, fue capaz de invitar a los demás discípulos acompañar a Lázaro a la muerte: “Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto, pero yo me alegro por ustedes de no haber estado allí, pues allí ustedes creerán. Vamos a verlo. Entonces Tomas, apodado el Mellizo, dijo a los discípulos: Vayamos también nosotros a morir con él” Juan 11,15-16. Se imaginan eso. Así nos pasa a nosotros en algunos momentos difíciles de nuestra existencia. Ya nada es claro. Ya no nos podemos sostener en una columna de fe cimentada en acero. Ya no creemos en nada ni en nadie. Los mismos amigos de siempre, le dicen que el maestro ha resucitado, y el voltea el rostro. A mí no. No me vengan con eso. Mi corazón está demasiado herido para escuchar esas majaderías. No me cuenten nada más. Déjenme vivir mi dolor. No me vengan con ardides bálsamos. No ven que ya tengo suficiente con el dolor de haber huido por el miedo y no haber podido enfrentar el dolor de mi amigo junto a el. No pude impedir la muerte de ese ser al que amaba tanto. Déjenme morir de dolor. ¿No te parece familiar? ¿Has pasado por esos momentos que el dolor es inimaginable, y desearías ver algo real? Nada de fábulas, nada de hombres caminando sobre el mar, (y eso Tomas lo vio) nada de paralíticos que caminan (también él vio), ciegos que ven (también él vio eso) y demás milagros que han pasado. Nada de fábulas. Tu amigo ha muerto. Las lágrimas no paran de correr. El dolor es tan grande, tan profundo que no sabes donde vas a ir. Sigues frecuentando tus amigos por fidelidad, pero no estas ahí. Estas lejos, muy lejos de allí tratando de inventar una solución para poder creer por que paso todo esto. Y al final llega el maestro y te dice lo mismo que le dijo a Tomas: Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree”. A lo que Tomas exclamó: Tu eres mi Señor y mi Dios”. Juan 27-28.