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La Vida

COSAS DE DUENDES

A la valiente María

Hace años escogí a una niña para que fuera mi amiga. Ocurrió cuando tenía doce años. Se llama María y estábamos en el mismo curso. Tomábamos un examen y María trataba de ayudar a la compañera que le quedaba al lado. Yo las observaba desde atrás. Ellas se habían puesto de acuerdo para intercambiar exámenes en caso de que la prueba viniera muy dura. Ninguna de las dos le puso su nombre a la hoja. María terminó de llenar la suya pero su amiga continuaba con la página en blanco. Entonces, intentaron ejecutar lo planeado: María le pasó el examen lleno y su compañera el vacío pero en el apresurado intercambio los exámenes cayeron al suelo. La profesora se dio cuenta de lo ocurrido y recogió los dos exámenes. Sabía, porque conocía las letras, quién había hecho el que estaba lleno pero, como no tenían nombres, les preguntó a las dos quién era la que pretendía que la otra hiciera su trabajo. Todo el curso guardó silencio en espera de lo que diría María, porque habíamos sido testigos de que el examen lleno era el suyo. Pero aquella muchachita de doce años se quedó en silencio con la vista baja mirando al piso. La profesora le insistió señalando que si no hablaban anularía las pruebas. Las dos permanecieron calladas y la profesora las anuló. En ese momento, yo escogí a aquella niña solidaria y valiente para que fuera mi amiga. De eso hace más de 30 años. Crecimos juntas. Su casa quedaba lejos de la mía así que ella me encaminaba cuando iba a visitarla y, luego, yo la encaminaba y así nos la pasábamos yendo de un lado al otro. Soñábamos tendidas sobre una loma seibana mirando las nubes y adivinando las figuras que representaba cada una. Una vez, corrimos como locas buscando el final del arco iris. Con el tiempo, hicimos maletas para venir a la universidad. Aquí vivimos juntas y la hermandad se estrechó. Lo que era de una era de la otra. Le puse un apodo, la llamaba “mi eterna María” porque ella, como un ángel, aparecía de donde menos lo esperaba. Una vez yo estaba en un aprieto, llegó temprano en la mañana al lugar donde me encontraba y de entrada me soltó: “Tu papá me dijo que viniera”. Lo raro era que mi papá ya estaba muerto pero María me dijo que se pasó la noche soñándose con él que le pedía que fuera a verme. Me consta que luchó como pocas para graduarse. Se hizo abogada especializada en derecho laboral. Luego, escribió un libro. Hace unos meses, rastreó los orígenes de su familia y reunió a su papá con una hermana que no veía desde hacía 60 años. Incansable, en este momento estudia dos maestrías. Ya no nos vemos a menudo pero siempre he creído que ella se merece un reconocimiento. Pues, hoy la primera Dama Margarita Cedeño le entregará uno al igual que a otras mujeres destacadas de El Seibo, como Edith Febles y Teresa Peralta. En ese acto le daré a María el aplauso con que debí premiar su valentía de hace 31 año cuando, además, tuve el honor de que aceptara ser mi amiga.

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