MEMORIAS DE VIAJES
¡Y se fueron a Constanza!
Era el fin de semana largo cuando mi hijo Alexis, mi nuera Astalicia y algunos/as de los niños/as salieron rumbo a Constanza, y así cuentan la experiencia. “En la subida de Casabito nos asombran tantos vehículos parados. Pensamos que es un chequeo rutinario de los militares, pero es un deslizamiento en la montaña. Se cerró la carretera. No hay paso a Constanza hasta dentro de unas horas o quizás al día siguiente. ¿Qué hacer? Nos desviamos y cogemos por Jarabacoa. El pavimento está sin asfaltar y el auto va dando tumbos, pero la vista es ¡magnífica! “A partir de Tireo, a unos 17 kilómetros de Constanza, el camino es bueno. Para llegar a Rancho Guaraguao necesitamos un motoconchista que nos dirija. Cobra cien pesos. Es mucho, pero Ö Habíamos pasado de largo la entrada, porque su letrero es pequeño y apenas se ve. “A las 8:00 de la noche terminamos de recorrer el complejo ¡A ver quién se ducha primero! Pero el desagüe del baño está tapado. ¡Qué fastidio! Llamamos a Recepción. Al cabo de una hora llega el plomero. Hay que desmontar la bañera. Será al día siguiente. Pedimos otra cabaña, pero están llenos. Pedimos conseguirnos habitación en el pueblo. Pasan 20 minutos. Llamamos de nuevo a Recepción. Ahora pedimos busquen dónde nos podernos bañar. “Al cabo de un rato nos avisan que hay una cabaña reservada, pero no han llegado los huéspedes. Pasan de las 9:00 de la noche. Sugerimos contactarles para podernos duchar allí, y dar tiempo a limpiarla. Lo piensan, y as lo hacen. Minutos después nos comunican que llegan al día siguiente. Siguen las conversaciones y acuerdan, ¡aleluya!, alojarnos en ella. “Con tanto afanar, llegamos al comedor a las 10:50. La cocina cierra a las 10:30, dice quien nos recibe. Preguntamos qué pueden hacer. Mira a lo lejos y, viendo hacia el teniente general Æ Soto Jiménez, dueño del local, nos dice que van a atendernos. Quizás la presencia del dueño le hizo ser cortés, o quizás lo fue motu proprio. Para no sobrecargarles, pedimos cosas sencillas. En todo momento son amables. “En el desayuno (típico y abundante, y servido hasta las 11:00 a.m.), nos tratan a cuerpo de rey. No podemos quejarnos. Los niños deciden montar a caballo. La hora cuesta 200 pesos. Está perfecto. En el lugar no hay cómo aburrirse. Hay salón de juegos con un toro mecánico, ping-pong, billar, etcétera. También piscina bajo techo y jacuzzi con agua caliente. “Cenamos en El Cazador, adornado al estilo oeste, y después participamos en la atracción del lugar: la fogata, donde al estilo americano uno pone a dorar marshmallows. La temperatura ronda los 13 grados centígrados. Queríamos pasar frío, pero nunca imaginamos que iba a hacer tanto. Cada uno tenía un suéter, mas no era suficiente. Nos sentamos pegaditos, hombro con hombro, para no titiritar. Eso lo dice todo. “En el transcurso del largo fin de semana los adultos, pese a la falta de práctica, salimos con los niños a montar caballo por la montaña paradisíaca, de inigualable belleza y excelente temperatura al mediodía. Olvidamos los contratiempos. Pensamos retornar”.