ESCRITORES DOMINICANOS
Domingo Moreno Jimenes
En Santo Domingo septiembre suele ser un mes apacible, de morigeradas lluvias y brisas leves que anuncian la llegada del otoño, tan ansiado después de la canícula agostina. Un mes, a mi parecer, propicio para la contemplación y la meditación ante la belleza grisácea y madura de los árboles, el oleaje sereno del mar acompasado por lentos crepúsculos, o el discurrir vespertino de la gente que pasea por la calle El Conde y observa los escaparates iluminados de la tiendas mientras degusta un helado de guanábana. A fines de un mes así, pero de 1986, moría Domingo Moreno Jimenes en la ciudad en la que había nacido un lejano primero de julio de 1894. Hacía unos años que había entrado el poeta en la provecta edad, y su existencia, otrora tan andariega y ocupada, se reducía ahora al espacio de su hogar, a los cuidados de su familia y a la memoria dilatada de sus innúmeros poemarios y viajes por el país, sumido en una especie de peregrinaje poético que le había llevado a los confines más recónditos de la geografía nacional y le habían proporcionado las claves y las texturas de su escritura. Como el maestro avezado que era, Moreno Jimenes comprendió muy pronto que los arcanos de la poesía poseían acentos humildes y sencillos, alejados de la retórica suntuosa y los artificios verbales del modernismo. Dichos acentos lo convencieron de que sus poemas debían abrevar en los veneros autóctonos y cantar las miserias y las bellezas íntimas de la tierra y las gentes dominicanas. De ahí que en 1921, Moreno Jimenes, junto a Rafael Augusto Zorrilla, Andrés Avelino, Vigil Díaz y Francisco Ulises Domínguez, publicara en la revista La Cuna de América el manifiesto que funda el Postumismo e inserta a la República Dominicana en la vasta esfera de las vanguardias literarias americanas. En 1986, los bachilleres del Loyola conocíamos a Moreno Jimenes en el manual de literatura de don Manuel Mora Serrano. Algunos años después, ya en la universidad, leería con provecho la biografía que le consagró José Rafael Lantigua al Sumo Pontífice postumista, en la que el crítico mocano acertadamente lo definía como apóstol de la poesía. Eso fue Moreno Jimenes desde que en 1916 publicara su primer libro de versos, de título significativo y premonitorio, y hasta su muerte: una promesa que prodigaría con el transcurrir del tiempo exquisitos y mágicos frutos líricos.