HISTORIA
Entre respuestas y aclaraciones
LA INVESTIGACIÓN NO ES VEHÍCULO PARA COMPLACER A TODOS, SINO UN HOMENAJE A LA VERDAD
SANTO DOMINGO.- ¡Servir a la verdad! única obligación de quien se entrega al oficio de historiar. Claro, que si se pretende servir a la verdad, se debe servir a la justicia. No mi verdad, ni la de ellos, o de cualquier otro en cuestión. La verdad, que no se puede disfrazar, maquillar, asear o trasquilar, la que pertenece a la colectividad; sin medias verdades o verdades incompletas. La verdad que sirve al ejemplo, sin apasionamientos, más allá del eufemismo tradicional. Se suele aprender más de los errores que de los aciertos. La verdad histórica se debe cimentar en la fidelidad de los hechos consumados. No se puede analizar lo que no pasó, como tampoco existen las verdades infalibles. Una equivocación, una versión apócrifa o una falsedad, pueden conducir a la verdad que buscamos. Las pruebas documentales son las preferidas de los investigadores. Un papel amarillento o una fotografía puede ser la diferencia, aunque un buen argumento puede ser más poderoso que los infolios. Los escritores a fin de cuentas siempre escriben sobre lo mismo, vertiendo en sus obras pasiones para tomar “arte o parte”. Es inapropiado santificar la historia, ataviar sus personajes, perfumarlos, maquillarlos y acicalarlos. Recurso apasionante En mi caso me apasiona “faltarle el respeto a la historia formal” y esta irreverencia es una manera de mostrar el gran respeto que tengo por la labor de nuestros historiadores. Agredir con irreverencias calculadas sus métodos tradicionales, dándoles actualidad, renovarle la vida, diseccionar sus temas y sus datos, descomponer su formalidad en beneficio de la realidad. Romper aquellas mistificaciones cuestionables. Tocar aquellos puntos que no se suelen a tocar, decir verdades inconvenientes. Devolverle la voz auténtica a sus personajes, deformada por esos eufemismos a los que obliga la formalidad del gabinete, que le prestan su voz intelectualizada a las personalidades. Sin embargo, sin la pasión, método y obra de esos intelectuales, sería imposible llegar a descubrir lo que yo busco para presentárselo a las futuras generaciones, tal como fueron, no como debieron ser. Con su propia voz pero sin tremendismos novelados. Después de todo, “la realidad supera a la ficción”, luego de haberme pasado gran parte de mi vida leyen do, en esencia cuento la historia como me la contaron a mí cuando niño. Yo no pretendo ser un historiador profesional, no quiero serlo. Deseo ser con vehemencia un “dominicano profesional”. Todavía recuerdo andando de la mano de mi abuelo por la ciudad colonial, entre templos antiguos, fortalezas, murallas y ruinas de fortines, la risa que le provoque al “viejo”, cuando le dije que cuando fuera grande quería ser “historiador y guardia”. Defender con la verdad la dominicanidad. Sin ese sentimiento yo no podría explicarme, no podría justificarme, y no sabría que hacer con mi vida después de todo, tal como decía el poeta turco Nazim Hikmet: “Amo desesperadamente a mi patria. No sabría que hacer si me privaran de esos sentimientos”. Entre el guardia y el historiador, ejercí ambas cosas, por el orgullo irrefrenable de ser dominicano, amar con vehemencia la nación y sus atributos, ser un ciudadano útil, en la creencia firme de que hay que participar como tal en la forja de nuestra historia. Fiel a los hechos La historia no es una musa. No es una deidad sagrada. No tiene personalidad propia, no se puede cambiar, corregir o borrar. Entre los acontecimientos políticos del pasado, los ciclones y los terremotos no hay ninguna diferencia. Solo se puede aprender de ellos, para forjar el mañana que será la historia de pasado mañana. Lo importante de la historia es lo referencial, más allá de los eufemismos. La historia la hacen los hombres con sus virtudes y sus imperfecciones. La historia no la hacen los santos, ni la providencia. Es nuestra “insufrible mortalidad” la que la plasma en el tiempo la historia, con sus caídas, sus gestos y acciones. A la hora de historiar, no soy santanista, ni baecista, ni luperonista, ni cacerista, ni trujillista, ni balaguerista, ni bochista. Soy dominicano frente al dilema de la dominicanidad, que, más que una identidad, es un doctrina que abrazo con pasión. Tomo partido entonces al lado de sus esencias y sus mejores intereses, los democráticos, los progresistas, los ligados irremediablemente a la soberanía nacional, a nuestros valores, creencias comunes, nuestros atributos. Ser indiferente a eso es el mayor pecado. Hay que comprometerse, tomar partido, “coger lucha”. En todos los casos escribo con el propósito de “matar olvido”. No con la intención de dañar o atacar a nadie. Sino exaltar memorias ejemplarizantes, y para ello no hay necesidad de agredir susceptibilidades tan legítimas y humanas. Heroicidades Agotadas las referencias bibliográficas, acudo a las fuentes de la tradición oral preservada por familiares y relacionados, testigos de primera, segunda y tercera mano. No busco culpabilidades sino heroicidades y por esos caminos, cito siempre, guardando el principio de la duda razonable, lo que en ocasiones es un rumor, casi siempre deformado, cuyo valor es tan solo haber vencido el tiempo. Es insano pero sobre todo inútil, descargar “golpes de sable” contra las sombras de los muertos. Es pérfido, cobarde y en algunos casos maledicente. Los muertos deben descansar en paz, aunque su recuerdo inexorablemente traiga consigo sus virtudes, sus defectos y sus pasiones. Son sus acciones, sus conflictos, la que rondan celosas sus sepulcros, causando litigios, discusiones y polémicas. Esa es en ocasiones la verdadera “ira de los muertos”, su venganza, su herencia de furor, orgullo o escarnio, que los antiguos trataban de aplacar con ofrendas alegóricas, antes que la fe cristiana impusiera la doctrina del perdón. En esa tesitura, es inconveniente equivocarse, ser inexacto o decir lo indebido. Hay teclas que no se tocan y otras que por delicadeza no se deben tocar, no hablar por miedo es imperdonable, pero siempre será más grave en un intento vano de complacer a todo el mundo, morderse la lengua y callar.